Capítulo 27: Asfixia

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La ansiedad de enfrentarse a Elisa tuvo a Helena deambulando de una esquina a otra de su habitación como un león enjaulado

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La ansiedad de enfrentarse a Elisa tuvo a Helena deambulando de una esquina a otra de su habitación como un león enjaulado. Mientras daba vueltas describiendo semicírculos alrededor de las dos camas, se topó con toda su mugre en la mesita de luz: los vasos de agua ennegrecida, etiquetas vacías y carilinas hechas bola. Cuando la hubo despejado, sólo quedó su collar. Alexia debió dejarlo allí después de sacárselo. Ella no lo había tirado a la basura, todo un detalle.

Lo levantó y giró el medallón circular entre sus dedos. Tenía grabado un gato sentado en el centro con la cabeza girada hacia la izquierda y, en semicírculo sobre él, el ciclo lunar completo, todo encerrado por una línea fina en el borde. La parte de atrás era lisa salvo por tres hendiduras cerca del canto. No recordaba cómo la había dañado. En todos esos años no se lo había sacado nunca. Estaba alrededor de su cuello, todo el tiempo, era casi como una parte más de su cuerpo.

Tomó la cadena para ponérselo y recordó los eslabones cerrándose y estrangulando.

Al principio Helena no lo entendió. Bina giraba el colgante una y otra vez tan segura de sí misma. Pensó que la imagen completa era estúpida, un sin sentido. Solamente giraba y giraba aquel dije que era idéntico al que llevaban todos los demás salvo por su tamaño, considerablemente mayor. El movimiento de los labios de Bina era imperceptible a los ojos de todos los alumnos, que la observaban desde sus asientos igual de atónitos que Helena. Incluso Alexia, que se veía venir la saña de la Maestra en su contra, la miraba desconcertada sin inmutarse.

Si tan solo Helena hubiese visto a tiempo como el collar de Alexia se enroscaba eslabón por eslabón al mismo tiempo que el de Bina, podría habérselo arrancado de un tirón del cuello. Pero estaba demasiado concentrada en el sinsentido de Bina como para darse cuenta de ese detalle ínfimo.

No fue hasta que Alexia se llevó las manos a la garganta y, sin querer, le dio un codazo, que lo notó. Alexia había llegado a interponer tres dedos entre la cadena y su cuello en un desesperado intento por evitar que la estrangulara. Era inútil, las puntas se le estaban poniendo moradas y pronto se convirtieron en un estorbo.

—No, no, no. —Helena levantó sus manos en dirección a Alexia, pero no llegó hasta ella sino que se quedó en el aire. No sabía qué hacer y sentía como lentamente la invadía el pánico.

Mientras Helena vacilaba, los ojos desorbitados de Alexia no se despegaban de Bina y la satisfacción que se cuidaba de expresar abiertamente. Alexia trató de pedirle, no, de implorarle que parara. Helena llegó a distinguir que sus labios trataban de decir «Por favor», sin embargo el sonido que salió de su boca fue un quejido ahogado e inentendible.

Helena se volvió hacia Bina.

—¡Basta, por favor! —le gritó—. Para ya.

La Maestra permaneció inmutable. Le era imposible seguir girando su colgante por lo que se limitaba a mantenerlo en su lugar.

Cauterio #PGP2024Where stories live. Discover now