Capítulo 17: Nacyuss solo hace intercambios

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Las luces naranja de la calle se filtraban entre los huecos en el follaje de las plantas y le llegaban como manchas tenues rodeadas por sombras

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Las luces naranja de la calle se filtraban entre los huecos en el follaje de las plantas y le llegaban como manchas tenues rodeadas por sombras. El viento movía las hojas y hacía cambiar las formas que se proyectaban sobre el mirador. En la sugestión de la noche a cualquiera le parecería que tenían vida propia.

Alexia giraba la ramita con ambas manos mientras contaba. Sus labios se movían sin emitir sonido alguno. «...Treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis». La brea comenzaba a escalar en el aire por encima de la olla. Soltó la ramita que quedó perdida para siempre en el mazacote negro.

—Por el poder que me regaló la Diosa, desconocido, te pido que cruces el velo entre nuestros mundos y te manifiestes frente a mí —dijo con seguridad esta vez y sin desviar los ojos de la figura que tenía delante.

Cuando acabó por pronunciar las palabras, le pareció escuchar un ruido, como una rama quebrarse a su espalda. <<El viento>>, se dijo. Oyó pasos, cuatro patas corriendo sobre el porlán del piso, el chirrido de uñas rascándolo.

—Ese no es el viento. —Se volteó y no vio nada. La oscuridad estaba tan calma como cuando llegó allí, solo que ahora tenía la leve sensación de estar acompañada.

Un par de susurros le respondieron palabras ininteligibles. Parecían provenir de algún lugar entre las hojas, pero no podía precisar de dónde.

A cada segundo, Alexia respiraba más agitadamente, con tan poco como un ruidito ya estaba comenzando a hundirse en el temor.

—Cálmate, no seas tonta. —Era lo más liviano que podía decirse. Bina la hubiese castigado por su cobardía, como mínimo.

Los pasos regresaron, esta vez más fuertes y rápidos. Por el rabillo del ojo vio pasar una sombra a su izquierda y una brisa le lamió la oreja. Se apartó hacia el lado contrario con la intención de alejarse a rastras y, al hacerlo, casi posa una mano sobre el círculo del pentagrama. La sal le recordó lo que ya sabía: nada la atravesaría, el ente que la acechaba podía correr todo lo que quisiera, pero nunca la tocaría. Sin embargo, esa certeza no le devolvió la seguridad en lo más mínimo.

Mantuvo la cabeza agachada, concentrada en el piso gris, repitiéndose que nada malo le sucedería. Los pasos a su alrededor se multiplicaron. Un millar de patas golpeteaban el suelo, giraban a su alrededor, encerrandola, cortando el aire. El sonido de las garras se escuchaba más y más intenso y cercano, como si se estuviera engullendo el espacio seguro, achicando el círculo, y fuera a rozarle un brazo en cualquier momento. Después todos los pasos se convirtieron en un único trotar violento. Lo que sea que había acudido dio de lleno contra el círculo de sal. El golpe seco del impacto dejó silbando el oído de Alexia. La chica gritó y se llevó las manos a la cabeza para protegerse, pero ya no quedaba allí más que la quietud de la noche y la figura negra de la evocación que la miraba desde arriba.

Sus ojos color plata parecían no tener vida y, sin embargo, irradiaban poder. No tenía nariz, solo dos agujeros con forma de gota en el medio de la cara. En el lugar donde debía estar los labios había una línea zigzagueante y despareja, como una cicatriz abultada. Al principio, Alexia creyó que una capucha negra, similar al látex, le cubría la cabeza, pero mirándolo bien se dio cuenta de que no era más que la piel —si es que se podía llamar piel a esa cosa— que cubría su cabeza pelada, formaba pliegues que se extendían por su cuello y el torso y le daban una apariencia de tronco enroscado. No se distinguía si tenía piernas, su cuerpo era un amasijo de la cintura para abajo. Las manos eran dos garras flacas con nudillos marcados y larguísimas uñas puntiagudas.

Cauterio #PGP2024Where stories live. Discover now