Dicta la Jueza

12 2 5
                                    

Las horas pasan como un rayo, ya todos son citado a la sala sala cuando Waller desea pase más lento el tiempo para poder relajarse. Está nervioso e intranquilo, siente que por poco tiempo que a pasado que en realidada ha sido una eternidad, ese poco tiempo que pasó dentro del estrado sintió que el tiempo se paró y le inyectó un veneno que trabaja lento porque en vez de  sentir alegría porque lo encontraron inocente tiene pánico, mucho pánico de que esta vez pueda perder a su hijo para siempre, que esta vez el cielo no eche suerte sobre él y le domine el dolor en su pecho otra vez. 

—¡Señor Waller!¡Él es inocente, señor! ¡¿Cómo pudo entrar a una persona inocente a la cárcel! ¡Es que no tiene corazón! ¡Mire es solo un niño, ¿no vio eso acaso? ¡Es tan solo un niño! —grita una señora encaminándose en su dirección.

Maiban extrañado se detiene junto con Barba viendo a la señora.

—¿De qué habla? —pregunta Maiban sin poder entender nada.

—Creo que es la abuela de un muchacho que ingrese a la cárcel... —aclara Waller para cuando la señora ya está enfrente de él.

—Dígame. ¿Acaso no tiene hijos?, ¡¿cómo puede solo entrar a un joven a la cárcel? Él solo era un niño, tenía una vida por delante, tenía sueños, era un chico bueno —grita la señora en lágrimas—. Usted arruino su vida...

—Lo siento, señora, pero lo mal hecho tiene que pagarse o seguirán haciéndolo, los demás  tienen que ver que lo que está mal no se apoya sin importar quién lo haya hecho.

—¡Por Dios!, ¿pero y si ese chico hubiera sido su hijo? —habla otro señor.

Waller lo ve con condescendencia .—Si ese chico fuera mi hijo..., también iría a la cárcel. Y por mi propia mano —lo dice con firmeza en su voz miren—. Miren, yo no soy Dios, y ni soy juez tampoco; y si lo fuera, haría todo a mi alcance para que la justicia sea aplicada, para que mujeres y niños, hombres y adolescentes, como señores también, puedan salir a la hora que sea sin temor de ser asaltadas sus pertenencias o de ser atacados de cualquier forma. Porque la mayor injusticia en el mundo es la de que la paz de quien sea, sea perturbada. Yo elegí esta profesión para sentir que hago algo con mis manos para que todos vivan con aunque sea la seguridad de que hay quienes que hacen algo porque sus vidas sean lo más plácida posible, porque como antes dije: yo no soy Dios, ni mucho menos juez, pero si lo fuera, creanme que no me importaría quién fuera, incluso si fuera mi papá... si hiciera lo mal hecho, tendría que pagar por eso, porque todos, todos, tenemos que velar por nuestros hechos. Eso es irrevocable sin importar el papel o título que se lleve.

»Si estoy aquí, es porque estoy dispuesto a llevar la justicia, no estoy encontra de ella, soy uno más del montón; soy un hombre como cualquiera. Pero con justicia hablo de lo correcto: de la verdad, yo siempre hablo y sigo la ¡Verdad! Y la verdad es, que yo soy inocente. Y no soy ningún prepotente —exclama lo último—, soy participe de la integridad, y vivo de aquella manera, así que solo espero, de todos, y de las personas que trabajan en este tribunal, más nada que eso: que se hable con la verdad, se viva por la justicia y la verdad. Porque no quiero, de verdad que no quiero, que a mi hijo le digan en el mañana mentira: que su papá fue un frívolo asesino, que se disfrazaba con un uniforme de tenaz luchador de la seguridad y paz de la gente cuando en realidad era un arrebata vidas.

Todos se quedan callados viendo al hombre que serio también los ve.

—Disculpen. Sr. Waller, tiene que ir a la sala... —habla un policía.

—Sí —responde Waller. Y se mueve tras el hombre a adentrarse al tribunal con su abogado y mejor amigo siguiéndole los pasos.

El salon ya se encuentra repleto de personas sentadas a cada lado del lugar como el jurado a la derecha compuesto por personas mayores y la juez también en su lugar aunque ella no debe rondar más de los cuarenta años, se ve madura, aunque no tan arrugada como muchos allí. Al estar ya todos sentados incluso Maggie se encuentra sentada en una banca con sus padres y Margarita, eso le hizo a Waller pensar que su madre y padrastro no se encuentra allí como una vez. Le hace sentir un poco desprotegido, solo hasta que ve que se encuentran ahí a la izquierda todos los trabajadores del taller incluso la capitana de la fiscalía, Oliver, Rosaline y  Ander, al lado de la última se encuentra la enfermera: en realidad él no sabe si ella en verdad es enfermera, Marta, al lado de ella hay una mujer que al mirar su panza bien reluciente deduce que tiene que ser la maestra de su hijo. Le sorprende ver a todas esas personas allí sentados a la espera del juicio, de si le darán a él o no la custodia de Carl. 

Un CriminalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora