Capítulo 37: Destinado al fracaso

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Qué iluso había sido al pensar que con un abrazo y cuatro palabras tontas conseguiría solucionar todos los problemas de Pau. Después de su charla en el bar esperaba que el moreno volviera a la normalidad, y fuera el mismo chico alegre, sensual y atento de siempre, con aquella sonrisa inmaculada en los labios. Pero la vida, una vez más, le demostró que sus expectativas no podían cumplirse siempre.

La situación no hizo más que empeorar en los siguientes días. Si bien era cierto que, por lo menos, ya no le dejaba de lado y cuando estaban juntos sólo tenía ojos para él, ese tiempo que compartían, ya fuera a solas o en compañía de Carles, cada vez era más escaso. Apenas se veían, porque desde que habían acabado el curso en la escuela estaban cada vez más ocupados, y como mucho podían enviarse un mensaje de vez en cuando o llamarse por la noche. Al menos cuando iban a clase tenían una excusa para verse cada día y estar juntos aunque fuera en las aulas.

Eric no tenía muy claro qué estaba haciendo Pau con su padre, aunque suponía que era aquello lo que le mantenía alejado de él. Sabía que el padre de Pau era un adicto al trabajo que intentaba pasar el menor tiempo posible en su lujosa casa con una familia en la que sus miembros apenas se veían los unos a los otros, pero lo que le sorprendía era que esperara que su hijo recién graduado hiciera lo mismo. Y más teniendo en cuenta que Pau nunca se había interesado por el negocio de su padre, y que si había elegido estudiar doblaje era porque aquel era el sendero por el que quería que discurriera su vida. Por eso era tan frustrante ver que se estaba convirtiendo en un clon de su progenitor. Cada vez que contactaba con él, Pau respondía brevemente que estaba trabajando, y por tanto no podía estar enviándole mensajitos, mucho menos quedar con él o con Carles. Así que al final acababan juntos ellos dos, dando vueltas por una Barcelona que le parecía algo vacía sin la mano de Pau entrelazada en la suya.

Por su parte, Eric también estaba ocupado, muy ocupado. Como ya no necesitaba tanto tiempo libre para asistir a clase, había convencido a Juan de que le ampliara el contrato y le dejara trabajar a jornada completa. Tal y como estaban las cosas aquello era mucho pedir, pero ya estaban en temporada de verano y la afluencia de clientes era tal que no sólo le amplió el contrato, sino que además se vio obligado a contratar a un par de adolescentes, un chico y una chica, cuya nula experiencia en el negocio causaba más estragos que otra cosa. Eric ya había pasado por su situación y sabía lo mal que puede pasarlo un camarero novato, así que cada vez que se rompía un plato o un cliente recibía una tortilla de patatas en vez de una ensaladilla rusa, él estaba allí para arreglarlo y, a la vez, instruir a los chicos para que no la volvieran a cagar.

A ese estrés diario había que sumarle la preocupación que sentía por Pau. Cuando se veían, si es que aquello pasaba milagrosamente, el moreno vagaba entre un leve optimismo inicial por poder verle que al poco se transformaba en desidia y desgana, especialmente cuando su padre empezaba a acribillarle a llamadas, reclamándole. Por suerte, muchas veces optaba por apagar el teléfono o ponerlo en silencio. El único momento en el que volvía a parecer él mismo era cuando tenían sexo. Tras unos minutos de intimidad, Pau volvía a sonreír, a reír y a hacerle aquellas bromas estúpidas que tanto le cabreaban y, a la vez, echaba de menos. Y por eso Eric se dejaba hacer, aunque realmente no le apeteciera o tuviera la libido por el suelo tras haberle visto durante un rato con aquella cara de vinagre que lucía cuando estaba deprimido. Mentalmente, se repetía hasta la saciedad que merecía la pena cuando se despedían con un beso y Pau le acariciaba con suavidad el rostro mientras apoyaba la frente sobre la suya.

Su silenciosa forma de darle las gracias era todo lo que necesitaba para sentirse un poco más tranquilo.

Además, las cosas no acababan de ir bien en casa. Ya estaba más que acostumbrado a que su madre estuviera cada vez más ausente, demasiado centrada en su relación con Juan, que iba viento en popa. De hecho celebraba que fuera así, porque por primera vez en su vida la veía constantemente feliz, y oírla canturrear mientras se arreglaba y maquillaba para salir con él era algo que no tenía precio. Pero había veces en las que echaba de menos llegar del trabajo y que allí estuviera ella, sentada en el sofá con una revista de cotilleos. Añoraba recalentarse el contenido del primer tupper que encontrara, apalancarse a su lado y dejar que le contara la vida de famosos que no conocía con la televisión de fondo. En esas ocasiones se sentía como un niño pequeño, incapaz de dejar que su madre tuviera una vida, pero la había tenido siempre para lo que necesitara, y su ausencia dolía.

Su Voz (Homoerótica) [En proceso + editando]Where stories live. Discover now