Capítulo 57: Tal para cual (Parte 2)

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Es curioso cómo puede llegar a ralentizarse el tiempo cuando sabes que todo se va a la mierda, y cómo llega uno a paralizarse ante el horror de lo que sabe que está por venir. Eric se quedó estático, mirando a sus amigos a medida que sus pupilas se dilataban a causa del miedo y sus latidos se aceleraban. Los brazos caídos a ambos lados del cuerpo, y el cerebro bulléndole de actividad. Se le ocurrían miles de cosas, pero todas eran ideas vagas. ¿Llamaba a Álex para pedirle perdón? ¿Mataba a sus amigos? ¿Cómo lo hacía sin acabar en la cárcel? ¿Acaso sabía esconder cadáveres? ¿Tenía que llamar después a su madre para preguntarle cómo se limpiaba la sangre?

Su cabeza era un hervidero, o al menos lo fue hasta que el teléfono empezó a sonar en la mano de Pau, que esta vez reía de la reacción de Eric. Cuando llegó a sus oídos el conocido tono, se quedó completamente en blanco, y notó que las lágrimas se agolpaban en sus ojos. No hacía falta mirar la pantalla para saber quién estaba llamándole, y por si no lo tenía suficientemente claro, el silencio sepulcral que se instauró de repente en la habitación cuando sus amigos miraron el pequeño aparato y se dieron cuenta de las posibles consecuencias de sus acciones, fue lo que puso la guinda a aquella horrenda situación.

Sin pronunciar palabra, Eric decidió moverse al fin. Le arrancó el teléfono de las manos a Pau, y se levantó del sofá con la vista clavada en el suelo, caminando después en dirección hacia una de las habitaciones. No quería mirarles, no podía. Sólo quería llorar, abrazar a Álex y borrar lo que había pasado. La musiquita alegre del móvil se le empezaba a meter en la cabeza, pero tampoco deseaba aceptar la llamada en ese momento. Prefería estar a solas y poder hablar con Álex libremente, sin que nadie escuchara lo que le decía.

—Si vas a pajearte con las fotos ve al baño —le dijo Pau, deteniéndole con un burdo intento de broma que no le hizo gracia a nadie. Ni siquiera a él, cuya voz dejaba entrever la tensión del momento más que las risas que debían estar echándose con semejante comentario. Eric sólo se dignó a lanzarle una mirada asesina que conglomeraba todos los pensamientos asesinos que había tenido antes y se encerró en la habitación.

Por la cama de matrimonio, la línea elegante de los muebles y los pantalones de traje que vio colgados de una silla al encender la luz, llegó a la conclusión de que aquella tenía que ser la habitación de los tíos del moreno. En vez de irse a la cama, se dejó deslizar por la pared en la que estaba el armario de estética moderna y puertas correderas y acabó sentado en el suelo. Se sorbió la nariz para intentar sonar medianamente decente y por fin aceptó la llamada, con el corazón en un puño.

—Podías tardar más en coger el teléfono si querías —espetó Álex al momento, augurándole lo peor.

Eric se mordió el labio, sintiendo que las fuerzas le flaqueaban. Nunca le había escuchado tan enfadado, ni siquiera cuando tenía sus piques con Pau. Y lo que más le dolía era que aquella vez dirigía la inquina hacia él, y eso era lo último que deseaba.

—Lo siento, estaba intentando buscar un lugar tranquilo para... —trató de excusarse, pero Álex le interrumpió antes de que acabara la frase.

—¿¡Cómo se te ocurre!? ¿Es que te dedicas a enseñarles todas nuestras conversaciones a tus amigos? Joder, Eric, que es algo privado. Y encima de cachondeo mandándome una foto, como mínimo podrías disimular un poco.

—Escúchame. Lo que pasa es que...

—¡No quiero oír excusas ni justificaciones, porque esto no lo tiene!

Se le escapó un bufido, y empezó a hervirle la sangre en las venas. Las lágrimas de terror se secaron y aparecieron las de rabia. ¿Por qué tenía que estar comiéndose ese marrón? Nada de aquello era culpa suya, salvo quizás el haberse confiado y pensar que sus amigos no iban a meterle en un lío con lo borrachos que estaban. A lo mejor debería haberse ido al empezar a hablar con Álex, para poder estar tranquilo. Eso lo reconocía, pero lo demás no había salido de él. Álex no podía achacarle lo de las fotos, él jamás se las enseñaría a nadie. Para él eran tesoros preciosos que quería para sí mismo, ¿cómo podía siquiera pensar que era algo que él compartiría con su grupo de amigos? La situación estaba empezando a cansarle, y mucho. Le bastaba con estar enfadado con sus colegas como para además añadir una discusión con lo que fuera Álex. Entre todos le estaban agriando una noche que, hasta entonces, no había estado tan mal como esperaba.

Su Voz (Homoerótica) [En proceso + editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora