Capítulo extra - Cumpleaños de Álex: A malas decisiones, grandes recompensas

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Buenas a todos ^___^ Como veis en el título, este es un extra por el cumpleaños de Álex. Desde aquí, felicidades a lo mejor que he creado en mi puta existencia *___* ¡Le adoro! Oiiish *_____*

Pensad que es un AU, así que no os fijéis mucho en las edades y disfrutad de lo que es la historia en sí, como ya os dije en otros AU ;) SIn más dilaciones, aquí os lo dejo. Ojalá os guste :D

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Se despertó desnudo y a solas en la cama revuelta. Le costaba abrir los ojos, y le recriminó al Álex de la noche anterior que hubiese sido tan idiota como para quedarse despierto hasta tan tarde, o que hubiese sido lo suficientemente vago como para no pensar en ir a la ducha entonces para así poder aprovechar aquel ratito y dormir un poco más por la mañana. Miró con desgana al techo borroso y se removió, quejumbroso, friccionando con la piel descubierta de sus piernas en las sábanas. Dejando a un lado aquello, se sentía bien. Sus músculos estaban relajados y estaba seguro de que, cuando acabaran de despegársele los párpados y su cerebro empezara a funcionar, se sentiría incluso de buen humor. O no, ya lo descubriría a medida que avanzara el día.

Holgazaneó un rato más hasta que empezó a apretar el tiempo, momento en el que decidió que ya era hora de levantarse si quería llegar a tiempo al trabajo. Fue directamente al lavabo, donde no le prestó atención a su incipiente erección matutina. Prefería mear, meterse volando en la ducha y arreglarse el desaguisado de pelo con el que se había despertado que malgastar minutos que no tenía con ella. Total, para cuando salió del agua cálida con la piel vaporosa y húmeda, ya sin el olor a sexo impregnado por todo su cuerpo y reemplazado por el del jabón, esta había desaparecido. Se secó el pelo hasta que lo tuvo algo controlado, se vistió con lo primero que encontró en el armario, y pasó a la cocina.

Sabía que debería haber lavado también los platos de la cena, pero como tenía un día de esos en los que estaba pasando de todo, los puso como pudo en el lavavajillas y lo programó para que hubiera acabado al regresar a casa. A continuación, se preparó el desayuno y mascó un par de tostadas acompañadas del primer café con leche del día y una pieza de fruta mientras veía las noticias de la mañana. Todo lo que aparecía en ellas, más que motivo de alegría, le parecía terriblemente depresivo, pero tampoco es que la programación a aquellas horas ofreciera nada mejor. A él lo que le importaba era escuchar algo para no sentirse solo. Decidió ignorar los accidentes, los casos de corrupción y demás injusticias y desgracias; con que hubiera una voz allí contándole lo que fuera, le valía.

Acabó aquella rutina diaria, la que repetía como un reloj cada mañana, con un buen cepillado de dientes, la recolección rápida de sus cosas y una carrera apresurada hasta su coche. Vale, sí, casi llegaba tarde al trabajo y no podía estar entreteniéndose tanto, pero ¿cómo iba a sobrevivir a aquel día sin otro chute de cafeína? Por eso hizo el inmenso esfuerzo de pasar por la ventanilla del restaurante de comida rápida donde le servían en el coche, y con su vaso de cartón al rojo vivo esperando para enfriarse en el posavasos, fue, esta vez sí, a la otra punta de la ciudad, donde trabajaba.

Al llegar al lugar, se fue fatigando aún más por mucho que el recorrido lo llevara a cabo sorbiendo el líquido que ya estaba a una temperatura asequible para su lengua y paladar. Bufó al presentarse frente a la puerta, puso los ojos en blanco, se armó de paciencia, y con la mano libre accionó el pomo.

—Buenos días a todos —pronunció con voz monótona, tirando el vaso de café vacío en la papelera junto a la puerta—. Sé que llego algo tarde, pero vamos a ponernos las pilas, que traigo los exámenes de la semana pasada y dedicaré parte de la clase a hablaros sobre ellos.

Un coro de voces débiles se elevó en el aula, marcando la diferencia que había entre la primera fila, donde le saludaban con el entusiasmo y la reverencia propia de los lameculos, y la última, donde apenas movieron los labios. No sabía qué era peor, si aquella excesiva sumisión o el pasotismo absoluto. «Malditos críos», pensó mientras colocaba el montón de papeles, su pequeño estuche y demás parafernalia en la mesa. Algún gilipollas había intentado grabar allí un corazón antes de que llegara, se veía claro por los rastros de madera que aún quedaban sobre ella. Seguro que había sido alguno de los dos que formaban la nueva parejita en la clase y que ahora estaban allí, delante de sus morros, susurrándose en la segunda fila y mirándose como si quisieran devorarse.

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⏰ Última atualização: Jan 09, 2017 ⏰

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