Capítulo 51: Cambio de aires

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¡Hola a todos! 

Sólo quería desearos una feliz Navidad, o lo que sea que celebréis si es que celebráis algo xDDDDDDDDDDDU También avisar de que, como yo sí que lo celebro (para ponerme fina de turrones, pollo al horno, jamón y polvorones, no por creencia xDDDDDDU), os quiero decir que tardaré un poquitín en contestar vuestros comentarios. Pero las respuestas llegarán a su debido tiempo :3

Pues eso, que lo paséis bien estos días, ni que sea por las vacaciones ;) 

¡Un abrazote! Nos leemos~

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Quince días sin noticias de Álex.

Quince días sin mensajes, sin llamadas. Quince puñeteros y desesperantes días en los que había navegado desde la más intensa rabia por lo idiota que era al seguir teniendo esperanzas, por seguir tan enamorado de él cuando lo único que hacía era herirle, hasta la más profunda depresión al darse cuenta de que su vida y su estado de ánimo dependían exclusivamente de una persona a la que le daba igual lo que le pasara. Una persona que seguro que ya estaba en los brazos de otro, y se había olvidado de su nombre y hasta de su cara.

Quince días que había pasado pegado a la pantalla del teléfono móvil, obsesionado, esperando recibir una maldita notificación que le dijera que se había acordado de él, que se arrepentía, que le quería, que devolvía parte de aquellos sentimientos tan hirientes. Días en los que sus amigos apenas se separaban de él y, a pesar de su compañía, se sentía solo y abandonado. Quince noches al borde del llanto, plagadas de sueños sobre el doblador, de los que despertaba muchas veces llorando, con la almohada ya humedecida. Noches en las que Blanca, que acababa oyéndole, se colaba en la habitación y se quedaba a su lado hasta que conseguía dormirse, dándole la mano y prometiéndole en voz baja que, de encontrarse alguna vez con Álex, le arrancaría la cabeza y encima reiría mientras lo hacía. Ni siquiera era un chiste, pero siempre soltaba una carcajada al oírla. Saber que se preocupaba por él era todo lo que necesitaba en aquellos momentos para tratar de conciliar el sueño.

Quince días y quince noches que, sin sus sonrisas, sus ojos azules y su voz maravillosa, se le hacían demasiado largos. No podía soportarlo más.

Así que tomó la decisión más obvia para él en aquel momento: irse unos días y olvidarse de todo. Con todo lo que le había pasado a él, junto a la reciente relación de Carles y Anna y la mudanza apresurada de Pau, aquella idea de hacer un viaje los tres juntos había quedado abandonada, con la ilusión que siempre les había hecho. Hacía mucho tiempo que ni siquiera discutían sobre el destino, sobre el que todavía no se habían decidido. Esa situación, pese a ser Eric el que por una vez les empujaba para que llegaran de una vez a un consenso y pudieran irse, le ponía en una difícil tesitura. Al estar en casa de sus tíos, Pau volvía a tener dinero y libertad, por lo que dudaba que el moreno quisiera quedarse dentro de los límites de Catalunya; Carles, por su parte, nunca había tenido problemas económicos, y seguía insistiendo en que tenían que ir a Japón, ahora con renovadas fuerzas al ver que Eric necesitaba de forma casi desesperada salir de Barcelona para tratar de olvidar a Álex. Era el pelirrojo el que dudaba que pudiera permitirse ir demasiado lejos.

Fue su madre la que solucionó el problema.

Eric se había convertido casi en un fantasma que vagaba por el piso, comía a desgana, y sólo salía a la calle para ir a trabajar o reunirse con sus amigos. Casi no hablaba, y por mucho que preguntara qué le pasaba, la respuesta nunca salía de sus labios. Ni siquiera Blanca, que lo supo todo a la mañana siguiente, dijo nada. Su hermana pequeña se limitó a enfadarse, prometerle que encontraría a Álex y pasar días tratando de robarle el teléfono para llamarle y ponerle a parir. Así había empezado Eric a dormir con el móvil debajo de la almohada, y a llevarlo encima hasta cuando iba al baño. Ya la había pillado más de una vez colándose en su habitación para ver si tenía un despiste y podía caer en sus manos. Blanca no lo sabía, pero la constante necesidad de tener el aparato en la mano acrecentaba su obsesión por ver si recibía mensajes, y le hundía todavía más en la miseria.

Su Voz (Homoerótica) [En proceso + editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora