4. La Tormenta

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Presente

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Presente

Un estruendoso rugido se hizo eco sobre la tierra, el cielo se nos venía sobre nuestras cabezas.

- ¡Rápido! –gritó Sam– ¡Deprisa, deprisa!

La lluvia era torrencial, era tan densa que se volvía nebulosa para la vista, los otros cuatro compañeros corrieron cuesta arriba entre charcos de lodo y hojas rotas que volaban con el viento, un rugido del cielo se estrelló sobre la tierra.

- ¡Sam! -gritó Mariana-¡Sam!

Pero él no la escuchó, el viento se azotaba sobre sus oídos y su determinación en subir aquella empinada lo nubló de sus sentidos.

- ¡Por el amor de Dios, Sam espera! - le suplicó en un grito la chica del eterno ceño fruncido, entonces Sam se detuvo. El rostro estaba bañado en lluvia, su nariz fruncida le resaltó las pecas y su cabello que a lo largo de los días había crecido, se pegaba a sus costados Sam, parpadeó.  Todos y cada uno de sus acompañantes parecían cansados y asustados hasta las raíces.

- Tenemos que buscar un refugio- le dijo Mariana, Sam observó a los demás y comprendió que no durarían mucho tiempo, asintió, ella tenía razón.

Un relámpago atravesó el cielo, era espantoso estar en medio del bosque, los árboles atraían al fuego del cielo y el lodo hacía que sus botas se enterrarán sobre el suelo, aquella tarea se volvía cada vez más y más imposible.

- ¡Tenemos que salir de entre los árboles! -Y esta vez, lo dijo para todos- ¡Tenemos que avanzar, tenemos que buscar un refugio!

El cielo se venía sobre sus cabezas, la tormenta parecía no querer la paz entre la vida. La muerte estaba llorando.

Caminaron como si la vida les dependiera de ello y quizá y así era, caminaron cuesta arriba y pudieron sentir el peso de sus pecados arrastrándose de sus tobillos, continuaron hasta que su líder encontró a lo lejos una sombra de un respiro.

- ¡Sam, adelante! - Mariana también lo había notado- ¡Mira!

Y en efecto, la sombra cobró forma y delante de aquellos ojos se mostró su salvación, una pequeña y abandonada cabaña hizo presencia.

Sam y los demás corrieron hacía el lugar, pero la puerta estaba asegurada y su líder tuvo que empujar literalmente la madera para entrar, una vez consiguiéndolo se adentró y los demás lo siguieron, todos menos, como siempre, una.

- ¡All! - le gritó Sebas- ¿Qué haces? ¡Entra de una vez!

Pero la chica miraba aterrorizada no el bosque, ni siquiera el tormentoso cielo, sino más bien aquella pequeña y desolada morada.

- ¡Ven! - y al ver que ella no hacía caso de entrar, Sebas la jaló de las muñecas y la obligó a traspasar la puerta.

Del otro lado, Sam observó el lugar. Era minúsculo, apenas si cabían todos adentro, a un lado había una pequeña fogata que ocupaba casi todo el sitio, detrás había una parrilla descompuesta y a un lado había un escritorio roído, ennegrecido como si se hubiera incendiado ese lugar en algún momento.

También había un enorme mapa de la zona, pero estaba destruido y le faltaban pedazos, Sam hizo una mueca, le hubiera servido tanto aquel mapa.

- Maldita sea, eso nos hubiera servido- mustió Mariana a su lado.

Esta misma comenzó a buscar en los cajones del escritorio, Sam la observó.

- ¿Algo interesante? - preguntó, ahora ella hizo una mueca.

-Cerillos, un poco de resina, una manzana de años... Basura...

- ¿Alguna linterna? - le volvió a preguntar, ella negó con la cabeza.

- Guarda lo demás entonces, Vero- una muchacha que casi nunca hablaba, le observó nerviosa, él jamás le dirigía la palabra-, Tú traes la comida-ella asintió- saca un poco, no hemos comido nada desde la mañana.

Vero se apuró a la tarea sin rechistar nada y Sam observó a sus otros dos compañeros.

Sebastián trataba de encender la chimenea y la otra chica, All, miraba perdida la cabaña.

Normalmente le diría algo, le mandaría a colaborar a las tareas, pero... cuando All tenía esa mirada, de nada y de todo a la vez, Sam le recorría un escalofrío entero, ella, también lucía así aquel día.

– Debe de ser de los forestales- dijo Mariana de nuevo a su lado, Sam dejó de observar a aquella chica- supongo que no vienen a menudo, todo parece abandonado en este maldito bosque.

- Sam- le llamó Vero-, ya está la comida. -él asintió.

-Gracias- le dijo-, mira el lado positivo Mariana, tenemos donde resguardarnos de la tormenta.

-Por el momento- le respondió una vez más con el ceño en su rostro- chicos, venga a comer.

Sebastián que había logrado con éxito prender el fuego, asintió y se volvió a ver a su compañera, ahora miraba desde la pequeña y rota ventana el desastroso paisaje que estaba afuera.

- ¿All? - ella no contestó- Ven, hay que comer.

- La tormenta- dijo ella, él la miró preocupado.

- Ya pasará- Sebas la tomó de su muñeca una vez más, alejándose de la ventana, alejándola de sus voces- ya pasará, lo prometo.

Pero no era verdad, All lo sabía.

La verdadera tormenta no estaba allá afuera como todos pensaba, la verdadera tormenta está ahí, ahí dentro donde creían estar a salvo, estaba ahí, siempre había estado ahí.

El Chico del CementerioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora