12. En la Oscuridad.

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Antes

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Antes

Solo.

Estoy solo.

Estoy realmente solo.

Hay un chico sentado en las sepulturas grises y frías.

Hay un chico mirando suplicante a la luna.

Hay un chico perdido desde las raíces.

Hay un chico que llora sin emitir sonido.

Hay un chico en el cementerio y está terriblemente solo.

¿Por qué estoy aquí?
¿Por qué sigo aquí?

Dicen que cuando mueres puedes ver los hechos más significativos de tu vida como si fueran una película reproduciéndose en tu cabeza. Dicen que al final te espera un túnel oscuro y al final del camino, hay una luz tan cegadora que tendrías que mirar a otro lado. Dicen que al otro lado del río tus seres amados que ya partieron te estarán esperando. Y dicen también que hay un cielo, un infierno e inclusive han hablado de purgatorios.

Pero... No era cierto.

Nada de eso lo era, no debía serlo porque Stephanè no  había experimentado nada de eso y no sabía con exactitud si algún día le pasaría. Lo único que sabía era que en el fondo de su ser había una profunda agonía y una interminable tristeza.

¿Por qué estaba ahí?

El enorme reloj de iglesia marcaba más de media noche, la vida se arrastraba lejos de las sepulturas y los gritos, las voces y las súplicas se oían quedamente en el rastro del aire.

Step sintió como un fuerte lazo invisible tiraba de él sin consideración. Con una mueca de disgusto se puso en pie y comenzó a caminar en dirección de los pasillos del panteón francés.

Siempre ocurría lo mismo.

Todas las noches, cuando todos los que estaban ahí comenzaban sus lamentos, él se veía obligado por esta fuerza sobrenatural a dejar su sepultura y comenzar a vagar una y otra y otra vez hasta que el más mínimo rayo de luz aparecía en el firmamento.

Y ahí estaba, rondando como siempre entre las frías sepulturas, con la vista pegada al suelo o a las alturas, siempre en polos opuestos y aquella noche sus ojos vacíos miraban anhelante a la luna. No sabía porque lo hacía siempre, sólo que de alguna manera el recorrido le parecía más soportable mirándola. Quizá y sólo quizá le estaba pidiendo explicaciones a quién sea que esté allá arriba, sí es que había alguien claro... la verdad es que no recordaba si era religioso o no, no recordaba si rezaba en las noches o si le habían enseñado hacerlo. No recordaba y punto.

Lo único que aún quedaba en su marchita mente eran nombres y unos rostros que parecían ser sacados de fotografías viejas.

María 

Bastian

Camille

Emille

¿Quiénes eran ellos? ¿Qué eran de ellos?

La invisible cadena volvió a tensarse y Step fue obligado a caminar todavía sin rumbo. Le dolía el pecho, siempre al final del trayecto el alma escocía, como si en ese punto de la cuerda le prendieran fuego, quizá a esto se refería la iglesia sobre el peso de los pecados.

De repente un lamento se escuchó. Step prestó atención, el sonido era desgarrador, era triste y melancólico y sabía por experiencia que aquel sollozo era humano.

Trataba de ignorarlo, el lamento no era problema de él, no era asunto de los olvidados pero...

La cuerda se tensó a esa dirección y supo que no había escapatoria. Con la mano en el pecho dio media vuelta y se dirigió en busca de aquel mortal que perturbaba el sueño eterno.

Reconocía el camino, en aquel lugar las lápidas no eran tan antiguas, y en esa zona sólo conocía una y que al ver a la figura femenina tendida sobre el mármol no tuvo duda de donde había ido a parar.

—¡Es tu culpa!—lloró la muchacha— ¡ Si no hubieras muerto nada esto habría pasado!

Step avanzó unos pasos más, no dijo nada se dedicó a mirar a la pobre criatura que se encontraba en miseria.

— ¡¿Dónde estás ahora?!—Dijo ella rasguñando la placa de marfil—
¡¿Por qué te escondes ahora?! ¡Dijiste que me ibas a estar cuidando! Así pues... ¡Mírame!

En mitad de las temibles sepulturas, se levantó una chica que, pálida como la nieve se encontró vestida de sólo un camisón y ahí, varada en medio de su dolor la luna le iluminó. Stephanè abrió los ojos al notar lo demacrada y esquelética que Carolina se encontraba.

En los delgados brazos había moretones, cardenales tan púrpuras y rojos que cualquier que hubiese estado con vida sabía lo que dolían y en el rostro, cerca de la sien otro más la coronaba, los ojos rojos de tanto llorar estaba inflamados y en el párpado un morado lo pintaba, en la mejilla mallugada habían un arañazo.

—¡Mírame! —el eco de un corazón roto hizo un estruendo indescifrable—Mírame... Mírame... Mírame...

Caro se rompió y la enorme cadena de aquel chico del cementerio dejo de doler y con paso seguro Stephanè la tomó entre sus brazos. Que tras tanto tiempo atrás habían dado calor de la misma manera a otra chica de nombre Marie.

Y entonces, recordó.

Había un bosque y luego estaba él...
¿Qué estaba haciendo ahí?

Buscaba algo, buscaba a alguien.

¿Quién?

—¡Marie! ¡Marie!

Y al fondo había una dama, que corriendo sobre sus faldas gritaba su nombre y él en desesperación había inhalado más afondo, más deprisa.
<< No, por favor no>>

—¡Marie! ¡Marie!

Un enorme estruendo y luego la más profunda de las obscuridades.

¿Por qué estaba ahí?

El Chico del CementerioWhere stories live. Discover now