20. De sentimientos inauditos.

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1862, febrero 20

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1862, febrero 20

–A... A ella le apetecía ca... canta...canta...

–Cántaros– corrigió Stephané, una chica llena de polvo le sonrió avergonzada.

María llevaba casi quince días aprendiendo a leer, siempre todos días, después de las siete de la noche ella subía al tejado donde las chimeneas y esperaba paciente a su joven amo, quién como había prometido, le explicaba con suma paciencia el arte de la literatura.

Poco a poco, ella había comprendido las palabras, poco a poco había empezado a comprender las letras.

Y aunque estaba consciente del grado del problema que les llevaría si los encontrarán allí, escondidos, juntos... Aun así, no quería dejar de aprender.

El joven Stephané era muy considerado, a pesar de todo el trabajo que tenía sobre los hombros. Aún cuando ella se iba a dormir, entre la vigilia y el sueño no podía comprender cómo el joven amo le había regalado un poco de su tiempo, estaba infinitamente agradecida.

– La joven dama de la ciudad, le podías ver cerca del arr...arroyo leyendo, mujer...mujeres...muy...

Stephané se acercó a ella, mucho más cerca de lo que debería. María incluso pudo oler su colonia, se sonrojó y después se dio cuenta de que estaba tratando de leer el párrafo donde se había equivocado.

–¡Ah!– exclamó encontrándolo– , mujercitas. Le podías ver cerca del arroyo leyendo mujercitas.

Y entonces levantó el rostro, con una sonrisa en su boca y sus ojos brillaron. María podía escuchar su corazón en su pecho, como cuando corrían los caballos, enfurecidos, veloces, alarmados.

Stephané carraspeó ¿Pero qué estaba haciendo?

El reloj marcaba las diez en punto. Tenía que marcharse.

–Eso es todo por hoy– le dijo sin verla, Step se incorporó de la barandilla que se encontraba sentado, se acomodó el saco, lo limpió un poco con las manos y recogió algunos libros que se habían quedado en el suelo. María hizo lo mismo y cuando se encontró de nuevo a la misma altura que su amo, le tendió tímidamente el libro del cual apenas unos segundos se encontraban leyendo.

–Gracias– le dijo con las mejillas sonrojadas, Step la miró con detenimiento. Debía ser por la luz de la noche, pero de repente María le pareció extrañamente bonita.

– Quédatelo– dijo él y apartó la mirada confundido, no entendía qué le pasaba, ¿Por qué de repente su corazón martillaba con tal fuerza que desgarraba su pecho? – Trata de avanzar en la lectura si tienes tiempo.

María apretó el tomo en su pecho, mirando aún sonrojada a su amo. Que no la miraba, que tenía las mejillas pintadas de un pálido rosa.

El Chico del CementerioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora