16. De Nombres Olvidados y Flores a Cambiar.

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Antes

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Antes

Las campanas repicaron y su lamento se extendió por todo el mausoleo entre cada una de las lápidas de nombres olvidados.

En ellas, el sonido melancólico marcaba la medianoche cubriendo como si de un manto se tratase las hojas y las ramas de cada árbol que llenaba de sombras del Cementerio Francés.

Medianoche y el mundo se estaba acabando.

En medio de las sepulturas caminando con paso ligero sobre las baldosas, había un chica. Y oculto entre los crucifijos de piedra, entre los nombres olvidados y los ángeles melancólicos había un espíritu que con la cara repleta de lágrimas silenciosas observaba pálidamente a una chica de ojeras interminables.

- ¿Por qué te gusta estar aquí? - le preguntó el chico de vestimenta antiquísima.

Carolina miró entre los árboles en busca de la voz que se cubría extrañamente entre las sombras de la noche, de alguna manera estaba acostumbrada a mirar con atención para poder encontrarla.

- Porque aquí es donde pertenezco.- contestó. Step dio un paso fuera de la oscuridad y la pálida luna le iluminó su traslúcido y blanquecino rostro.

Carolina pensó que en efecto, aquel fantasma encerrado en las sepulturas debió de ser en su época admirado por muchas personas.

Y es que, el chico del cementerio tenía cierta belleza extraña, fuera de este mundo. Era como ver una pintura que estaba perdiendo los colores...

Stephané Moulian era la clase de chico del que los poetas hablarían, aquellos versos dedicados a melancolías y soledades. Porque de alguna manera, la mirada oscura y llena de vacíos que él poseía te atrapaba en el baile continuo de las preguntas existenciales, debido a que Stephané Moulian era dolor, era agonía y se oía a cristales rotos . Y a Carolina le encantaban las cosas rotas.

- ¿Perteneces a las sepulturas, Carolina?- la voz de aquel chico sonó triste, llena de lágrimas no derramadas y la mirada cargada de súplica.

¿Por qué estaba ahí?

¿Por qué siempre regresaba a ese lugar donde las esperanzas mueren?

-Pertenezco a la soledad Step.

-Nunca es bueno pertenecer a la soledad- Respondió mirándola sobre sus pestañas, tenía un aire pensativo aquella noche - Si yo fuera tú trataría de regresar a mi casa. Si yo fuera tú, seguro buscaría la manera de volver a encajar. De juntar todo los pedazos rotos y comenzar de nuevo.

- Pero yo no quiero comenzar de nuevo...

El mundo estaba roto.

En el lado izquierdo de su pecho Caro sintió una fuerte opresión, quizá debido a que nunca antes había dicho la verdad en voz alta.

No, Carolina no quería comenzar de nuevo, no quería pretender que nada había pasado.

No quería olvidarlo.

Porque el dolor siempre estaba ahí y nunca se iba.

No podía olvidar el sentimiento trágico de ir sola aquel cementerio, dejando margaritas sobre la sepultura de su madre, no quería olvidar la sonrisa en su rostro cuando ella tenía una pesadilla y le acariciaba su cabello mientras le cantaba para que volviera a dormir, no quería olvidar los tés que cada mañana preparaba antes del desayuno, no quería olvidar como sus anteojos caían sobre su cabello cada vez que leía sobre sus libros que ella, nunca jamás se atrevió a tocar. No quería olvidarla y no quería olvidar como solía sentirse lo que en alguna época de su vida fue el sentimiento de plenitud, de felicidad.

Tras la muerte de su madre, todo había cambiado. No había podido respirar profundo desde aquel entonces. Era como si cada vez que lo intentará sus pulmones se llenarán de agua, o como si cadenas aprisionarán su pecho y no la dejarán respirar tan hondo, tan fuerte...

Cuando su madre murió, nunca volvió a ver a su padre sonriendo, nunca lo vio tocar su guitarra que tanto amaba, no lo había vuelto a ver cantar su canción favorita y nunca había vuelto a cenar junto a ella.

Cuando su madre se marchó, las voces de su cabeza no terminaban de hablar, no terminaban de susurrar, que dentro suyo le hacía falta algo.

Todo había cambiado y no quería olvidarlo.

El silencio se hizo denso, ahí en mitad de los mausoleos había una chica pérdida entre raíces y recuerdos. Había la sombra de una inocencia perdida, el reflejo de cristales rotos y flores marchitas.

Y ahí, observándola con nostalgia estaba un fantasma que atormentado por su pasado no podía descansar en paz.

- Lo recordé- susurró, Caro lo miró a los ojos. Stephanè tenía los rastro de las lágrimas secas sobre sus mejillas y se preguntó si siempre las había tenido o si un fantasma podría llorar.

- ¿Qué recordaste?- preguntó y Step apartó la mirada con la elegancia de tantos años recorrió el pasillo que los dividía, a su izquierda estaba un monumento con una virgen con los brazos extendidos . Caro no se había dado cuenta de que estaban cerca de la sepultura del chico, pero no fue el ángel llorando lo que llamó su atención, sino más bien que Stephané miraba a la virgen de una manera que le hacía parecer vivo.

-Cómo morí–Caro lo miró con curiosidad. Se acercó a la sepultura y miró al muchacho que no apartaba su vista del nombre en la piedra y notó como un corazón que había dejado de latir hace tanto tiempo, podía romperse más.

- ¿Y... Cómo moriste?

"Quédate conmigo"

Susurraba una voz desde su pecho

"Quédate conmigo Step, no te vayas aún. Porque el mundo es oscuro y peligroso...Quédate junto a mí, permanezcamos aquí, en mitad del silencio, de nombres olvidados y flores a cambiar. Mantengámonos aquí en donde pertenecemos, dos almas rotas que se volvieron infierno."

Stephané no respondió más bien se limitó a mover su mirada en dirección opuesta, observando con un punto fijo a aquello a lo que le daban la espalda. Caro se giró hacía donde su mirada.

El bosque... jamás le pareció tan solitario.

El Chico del CementerioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora