El Chico del Cementerio

13. Sebastián

Antes

Sebas se acomodó los anteojos una vez que deshizo el abrazo con sus amigos y los miró por última vez.

Lau y Diego tenían cierto aire de nostalgia y Sebas no pudo evitar pensar que en efecto, los iba a extrañar muchísimo y como de costumbre, se los dijo:

—Los voy a extrañar muchísimo, chicos—No era de extrañar que Sebastián Montolla fuera emotivo, ni que dijera lo que su corazón le decía. Quizá esta era la culpa de tanta honestidad en él, todo (sin importar lo horrible que sonará ) Sebastian lo decía. Era conocido por no tener filtros ni trabas en la lengua y también era conocido por tener muchos problemas al respecto.

—No quiero sonar una mandona pero Sebastián, tenemos que irnos—le dijo su madre mientras subía las pocas cajas que faltaban en el maletero. El chico asintió y miró con un puchero a sus dos mejores amigos de la vida, les sonrío y les prometió a ellos, y a él mismo, que volvería a verlos.

La camioneta encendió y con ella arrancó hacía un nuevo futuro. Sebastián lo entendía, sabía perfectamente porque sus padres habían decidido mudarse a la esquina del mundo. Después de todo ellos eran biólogos y el trabajo para tal, era escaso en una ciudad repleta de bullicio. Ambos, su madre y su padre trabajaban en su próximo por lo que, mudarse hasta el otro extremo del mundo era indispensable pero no podía negar que en el fondo les culpaba silenciosamente de perder todo aquello que conocía.

Por lo tanto, con toda y la nostalgia de dejar ir el pasado, Sebas se refugió en su lista de reproducción, sus audífonos y la ventanilla con sus paisajes. O al menos hasta que el sueño viniera por él.

Despertó unas horas después, cuando la cabeza de Sebas rebotó en el cristal debido a que su padre no logró esquivar un gigantesco bache. Con el ceño fruncido terminó por sobarse su mallugada cabeza e iba a comentar algo acerca de la carretera si en ese preciso momento sus ojos no se hubieran topado con semejante belleza.

Delante de él, había un hermoso bosque. Todo a su alrededor era de colores verdes, cafés, naranjas y grises, jamás había visto tanta naturaleza en una sólo lugar. El arrebol que tenía delante la ventana se extendía imponente entre los cerros que colisionaba en las esquinas del cemento, parecía sacado de una película de terror y observó que en medida en la que se acercaban más y más adentro, una fina neblina surgía entre el pasto y el lodo cubriendo todo el piso y empañando los cristales del vehículo.