29. El peso de la Patria

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5 de mayo, 1862

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5 de mayo, 1862

Aquella era una época de sombras y luces, era una época de justicia y derroche. Era la época de la juventud perdida, de la desgracia y de la dicha.

Cerca de diez mil hombres se extendían ante sus ojos, todos vestidos de azul y rojo, las banderas ondeaban los mismo colores y la madre Francia que alguna vez fue un sueño estaba presente en esos instantes.

Stephané Moulian miraba todo aquello con sorprendente horror, eran las tres de la madrugada y un gentío se aglomeró en el centro de aquel campamento, fusiles, espadas y cañones reunidos en una basta y próxima aniquilación.

–Son miles– escuchó susurrar a su primo, Bastian lucia contrariado su rostro recién marcaba la desolación y el miedo que las horas próximas avecinaba– No tienen ninguna oportunidad...

–¡Por supuesto que no!– exclamó su padre con arrogancia. Habían llegado cerca dela medianoche y en cuanto pisaron el campamento del enorme ejército Francés los recibieron con recelo, sin embargo en cuanto el capitán Favre ondeó la insignia de su casa los jinetes que resguardaban la entrada los dejaron pasar, y ahí estaban, en medio de bronce, oro y armas de fuego, el cielo tenía un extraño color violeta y negro Stephanè miró desconfiado la carpa enorme que tenían por delante, de ella el hombre que sería su suegro salió abatido.

– Gastón – dijo, su padre dio un paso adelante orgulloso y soberbio portaba todas las insignias que la casa Moulian pudiese tener. El capitán lo miró preocupado– Será mejor que tú y tu muchacho se presente al general Lorence.

Gastón miró a su heredero y luego a su primo, una rabia y decepción se enterró en su pecho, su padre los estaba comparando, aunque no lo culpaba si entre los dos, el que tenía más porte sin duda era Bastian, pero aun así... El niño de diez años que veía a Gastón Moulian como su héroe, el que esperaba ansioso su aprobación... Se sintió terriblemente triste.

– Stephanè– le llamó resignado, Step trató de acomodarse sus solapas y caminar erguido a pesar de que estaba cansado de portar una pesadísima espada– Vamos.

Ambos padre e hijo se adentraron a la carpa. Lo primero que vio fue al capitán saludar con una inclinación breve y el saludo militar a un hombre con barba negra y canas a sus costados, este lo despachó con un gesto de mano, a su alrededor cerca de diez hombres le hablaban al hombro, algunos cuantos parecían recibir indicaciones mientras señalaban el enorme mapa que descansaba en una mesa de roble oscuro. Stephanè jamás había visto en un lugar pequeño, tanto lujo ni tanto movimiento y por supuesto jamás había oído a tantas personas hablar en francés, que si bien Step lo hablaba bien, ellos parecían practicarlo en carreras y velocidades impresionantes. El capitán Favre carraspeó llamando su atención y con ligero asentimiento de cabeza llamó a los líderes Molían dar un paso a donde él los esperaba.

El Chico del CementerioWhere stories live. Discover now