6. La hoguera.

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Presente

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Presente

Dicen que cuando eres joven, todo te parece posible.

Sientes como la sangre corre veloz entre tus venas y te das cuenta de que eres invencible. Dicen que te vuelves etéreo y las sombras se vuelven luces. Pero lo que nadie te cuenta es que no todos llegan a esta conclusión, hay personas como tú y como yo que descubrimos mucho antes de tiempo, lo que los mayores llaman realidad, hay personas que les toca crecer de golpe, hay personas perdidas en un enorme bosque.

- Ya van a ser dos semanas desde entonces-dijo la chica del eterno ceño fruncido, Sam la volteó a ver.

Mariana estaba sentada en una esquina de esa sucia y fría cabaña, tenía la barbilla apoyada en sus rodillas y miraba melancólica las llamas de la hoguera. Sam jamás la había visto de aquella manera... Él jamás había visto a la "señorita perfecta" tan destruida, tan rota y tan cansada.

-Mariana...

- Estoy tan cansada Sam-le interrumpió, tenía un nudo en la garganta que no podía dejar salir-, es que ha pasado tanto tiempo... Tantísimo.

- Oye-dijo él con su habitual positivismo- yo creo que estamos más cerca, puedo sentirlo, sé que pronto...

-¡¿La encontráremos?!- soltó ella expectante y de sus labios soltó una risa cansada y escéptica-, dime algo Sam ¿Qué pasa si no lo hacemos? ¿Qué pasa si no la encontramos? O si llegamos tarde y ya ni siquiera está viva, ¿eh? ¡¿Te has puesto a pensar siquiera si está viva!

Sam se quedó en silencio, ¿Qué si ha pensado en ella sin vida? Claro que lo ha hecho, lo ha intentado, pero algo en sus cerebros se interpone cada vez que se plantea esa posibilidad. Es como si su mente borrará el pensamiento, como si fuera absurdo, como si no pudiese ser cierto. Como si tan solo pensarlo el corazón se estremeciera y no le permitiera continuar, claro que lo había pensado, pero nunca creído.

-Son dos semanas Sam, son ya más de diez días. Nadie ha venido por nosotros, nadie ha venido a buscarnos y nosotros no hemos encontrado nada.

Sam sabe que tiene razón, tiene toda la razón.

-Míralos Sam-dijo ella refiriéndose a los otros que se encuentran dormidos en el piso-, están igual de cansados, míralos y dime si no vez en que deterioro se encuentran. Míralos y dime si la culpa no es lo único que les mantiene aquí.

- No todos venimos por la culpa Mariana...

Susurra, él no ha venido por eso, no por eso.

-¡No te atrevas!-le contestó con furia retenida, mirándolo con desprecio-¿Qué tú no has venido con la culpa? No me hagas reír, tú eres igual o más culpable que todos aquí. Y si no lo crees dime, ¿Dónde estabas cuando todo esto pasó? ¿Eh? ¿Te digo dónde? ¡Justo ahí, junto a nosotros!

Una lágrima se escapó de los ojos del muchacho con pecas y algo dentro de él se acabó de volver añicos.

-¡Sé perfectamente donde estaba!-le dijo alterado, con la voz ronca y el corazón roto-¡Sé que estaba ahí! ¡Maldita sea, Yo también estaba ahí!

Y el silencio se hizo presente.

Nada se podía percibir de aquel lugar, nada a menos las respiraciones de aquellos muchachos perdidos, nada más que la leña consumiéndose en la chimenea.

Sam bajó la mirada, de pronto tenía unas ganas terribles de llorar. Se prometió que no lo haría, no enfrente a ella, no frente a todos. Después de todo él era el líder, él es quién mandaba ahí, la piedra angular, el soporte. Si él cae, todo se desmorona pero... Pero las ganas de llorar como un niño son indescriptibles, se sentía pequeño en medio de aquel bosque, se sentía débil, al fin y al cabo Mariana tenía razón, se sentía culpable.

- Trata de dormir un poco.- le dijo ella con un tono indiferente pues ya había logrado su cometido: Había destrozado su corazón-Seguiremos mañana, encontré algo ayer por la guardia, algo que podría interesarles, mañana se los mostraré.

Sam pudo seguir interrogándola, ¿Qué habría encontrado en mitad del camino? ¿Era importante? ¿Era una pista?

Pero nada de eso tenía importancia para él en ese momento, nada valía la pena cuando recordaba que la chica que amaba, estaba perdida. Estaba perdida como ellos, sin embargo lo primero era nada más y nada menos que su culpa.

El sonido de los leños quemándose envolvía de un ambiente cálido la cabaña, sin embargo aquella noche de otoño lo que menos hizo fue calor en sus corazones.

All lo sabía, claro que lo hacía, escuchar la plática de los líderes le había dejado en claro porque demonios seguían allí. Ella con la espalda hacia ellos, veía las llamas en silencio.

Todos estaban en este infierno frío, pero sobre todo ella, porque All sabía donde estaba su amiga, donde estaba Carolina.

Después de todo, ella tiene razón.

Todos éramos culpables.

El Chico del CementerioWhere stories live. Discover now