10. Isabel

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Antes

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Antes

El viento otoñal acarició el rostro de Carolina, el día estaba gris y combinaba con el color de las hojas de otoño en el suelo. Era Octubre y todo en el aire se respiraba con melancolía.

Aquella tarde Caro se encontraba pensativa, últimamente se sentía vacía como el arrebol de la reserva, como las fosas en los cementerios. Había salido tarde de la escuela, Sam había querido acompañarla a casa, pero últimamente no le apetecía ninguna compañía.

Además no confiaba en sus sentimientos, desde que Sam le había comenzado a hablar, todos los demás se habían dedicado a hablar a sus espaldas y no precisamente para discutir sobre lo bien que se veían juntos. Era eso, ni siquiera estaban juntos, si esto seguía así no podría parar el hormigueo que se producía cada vez que él estaba con ella.

Eran las seis de la tarde y la vida no podía pesar más sobre sus hombros, los días pesaban más día tras día y ella no podía hacer nada para cambiarlo. Allí frente suyo estaba la puerta de su "Hogar" si es que aún se le podía llamar así. Tras un enorme suspiro, abrió la puerta y detrás de esta apareció la soledad, como siempre, no había ni alma dentro de la casa.

Caro suspiró, era obvio que no habría nadie dentro, ni siquiera sabía que le había hecho pensar que alguien se encontraría. Su padre tenía mejores cosas que hacer que recibir a su única hija en casa. Tenía que atender el negocio, aún si no había nadie pendiente.

En realidad, Caro no podía culparlo. En absoluto, entendía porque su padre mataba todo el tiempo que pudiese fuera de su hogar, Carolina también lo hacía por las noches, cuando el sol se ocultaba y los fantasmas salían...

Entendía por qué prefería amanecer en un local frío y sucio que en su cama. El sol se ocultó bajo las sombra de la tristeza de aquella casa y Caro sintió la necesidad de volver al lugar de las voces y de las personas olvidadas...

El gran reloj de la iglesia marcaba las once y media de la noche, el asfalto brillaba como un río de plata y en lo alto la luna iluminaba como un enorme faro la tierra de los muertos.

Carolina estaba de pie frente a una sepultura que pequeña y sencilla, descansaba  una flor blanca al lado de la cruz.

—¿Era familiar tuyo?—Carolina  se estremeció. Sabía quién era el dueño de esa voz y de alguna manera se alivió en escucharla.

En la fría y lisa lápida se leía lo siguiente: 

Isabel Méndez Velázquez
Querida Madre y Esposa.

El Chico del CementerioWhere stories live. Discover now