| 015 | Sam Claflin

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Insoportable, molesto, punzante, odioso, melancólico, abrasador, desgarrador...

Yo solo trato de encontrar sinónimos que describan el ardor de mi pecho en lugar de usar la palabra doloroso.

La verdad solo busco distraer mi mente.

Distraer el dolor.

Eso no parece posible, y es aún más difícil el estar aquí. Todos vestidos elegantemente en negro, con expresiones no gratas en el rostro, e inclusive pareciera que el cielo que ahora se teñía gris no estaba bien, como si supiera que él ya no estaba más aquí.

Oigo las mismas palabras una y otra vez, las mismas palabras que recitan la gente que conozco y la que no también, palabras que deberían ser dulces invitaciones a hacerme sentir bien pero que sólo han hecho más amarga mi sensación y estadía con la gente. Ya he dejado de escucharlas después de un rato.

Daniel, el hermano mayor de Sam y uno de mis más grandes amigos, sostiene mi mano con fuerza, uno creería que trata de consolarme a mi, pero yo soy la única que sabe que me sujeta así de fuerte porque le da miedo caer en pedazos enfrente de toda este gente.

Mi mirada no se ha despegado del árbol floreciente en frente mío, siento que tengo que estar pendiente de cada uno de sus crecientes frutos, ya que si miro al hombre dando la misa y al ataúd en medio del campo soltare a llorar y no podré detenerme jamás.

Cuando finalmente acaba, y las palabras de aliento finales están dichas, cada uno vuelve a su lugar, no miro hacia atrás y me pregunto si me arrepentiré después, pero justo ahora estoy sumida en tanto dolor que no me importa. La familia Claflin es lo suficientemente amable para dejarme en mi departamento; Daniel me ofrece el quedarme con ellos unos días, pero me niego, más que nada pienso en manifestar mi dolor para mí y que ellos manifiesten el suyo para ellos. Nadie tiene que sufrir más.

Este lugar se siente tan vacío y frío sin Sam que me cuesta pasar de la sala de estar. Con todas las fuerzas que logro reunir, llego a la habitación. Las últimas tres noches había estado durmiendo en la habitación de invitados, simplemente no podía entrar a la nuestra. Mi hermana había estado viniendo a chequearme unas cuantas veces al día, pero agradecía que me dejara momentos para llorar en soledad.

Y cuando creo que no habrá más lagrimas, me dejo caer en la gran cama y el llanto retoma su curso. En mi mente solo está el hecho de que hace tres semanas nosotros estábamos planeando nuestras vacaciones, de que no estábamos al tanto de lo que pasaría, ignorando el hecho de que toda esa dicha que sentíamos en esos momentos iba a ser sustituida por este amargo dolor.

Todo sigue igual en la habitación, exactamente como lo dejamos, él solía decir que yo era una obsesiva del control y el orden, justo después tiraba algo aleatorio al suelo y cuando yo iba a recogerlo él me levantaba en sus brazos y me besaba, de repente ese pequeño desorden desaparecía de mi cabeza.

Sabía que esta fase pasaría, cuando los recuerdos atacarían mi mente y mi pecho se oprimiría ante el sentimiento de que jamás serían experimentados de nuevo. Por eso dejo que mi mente se llene de esos hermosos recuerdos y lloro por cada uno de ellos, están literalmente en todos lados.

Como en la fotografía que tengo en frente de mi, enmarcada en un bonito marco a rayas, donde Sam sonríe alegre a la cámara y sostiene mi cintura y yo depósito un beso en su mejilla mientras Daniel toma la foto; es justo en la fiesta de cumpleaños de Sam. No puedo evitar pasar mi mirada por cada detalle de su rostro, tan alegre, despreocupado, enamorado. Sin saber que esa misma noche recibiría una llamada informándole que tiene que viajar a otra ciudad a realizar un trabajo de urgencia.

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