Capítulo 41

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Ángel/Junaid

Había dos preguntas llenando mi cabeza, que se repetían en un bucle imparable, sin respuesta

«¿Qué acaba de pasar? ¿Acaba de insinuar que nos divorciáramos?»

Imbécil, imbécil e imbécil mil millones de veces, no tenía que haberla dejado ir. Está empezando a oscurecer ahí fuera y yo aquí como gilipollas esperando a que vuelva. 

«Necesitará espacio, no la agobies» me decía la parte racional de mi cerebro, pero sólo conseguía calmarme por unos segundos. 

Me visto y salgo a pasear a orillas del mar, pensando en una posible disculpa ¿Porqué habré dicho que era insoportable? Aunque su reacción no tiene sentido. Ella no es de las que tienen muchos cambios de humor, sólo cuando está con su menstruación que se pone más sensible, pero para nada comparado al cambio brusco que acaba de dar. 

Y además ¿A qué habrá venido? Mi viaje de vuelta es pasado mañana, y no es la primera vez que viajo sin ella. He tenido muchos viajes desde que nos casamos, al igual que ella con lo de la asociación, pero nunca ha venido a buscarme. 

«Mierda» Algo en mi cabeza hace clic.

Corro esquivando la gente y disculpándome con cada una con la que chocaba sin querer. Abro la puerta y subo las escaleras de dos en dos, empujo la puerta y cojo su bolso. Lo hecho todo al suelo. Nada. Cojo su maleta y la hecho entera por el suelo, nada. Busco como loco en todos esos pequeños estuches en los que guarda sus cosas personales, hasta que encuentro lo que buscaba

El pequeño aparatito azul, usado. Miro su pantalla y mi corazón se paraliza.

«Positivo»

— Voy ha tener un niño— susurro con los ojos humedecidos por las lágrimas— ¡Vamos a tener un niño!— grito antes de correr escaleras abajo, coger mi teléfono y teclear su número.

Mi corazón se salta un latido al escucharlo dentro de casa. Corro en dirección al sonido, y encuentro el móvil tirado sobre la cama, justo donde lo dejó esta mañana. Voy a coger las llaves del coche, pero no las encuentro donde siempre. 

«Ha salido en mi coche»

— ¡Mi coche!— una idea explota en mi cabeza

Busco en mi móvil la aplicación que tengo de rastreo, conectada al GPs del coche. Y va a parar justo a un lado de la autovía, La loma. Salgo de casa, pido un taxi, y le pido al conductor que me deje conducir, a cambio de cobrar el doble 

Piso el acelerador a fondo directo a la salida de la ciudad. En la salida que da a la granjaescuela giro derrapando. Saludo a los policías de la puerta que me reconocen al instante. Aparco justo en la puerta del albergue y sin preguntar siquiera corro escaleras arriba, directo al cuarto donde supuestamente se alojaba Melek. Abro la puerta y paseo mi mirada en busca de su velo, nada. Voy a darme la vuelta cuando un golpe directo al estómago hace que me doble, y otro a la mandíbula hace que caiga al suelo. El del golpe se agacha delante de mi y me sonríe

«Flechitas»

— Te dije que no le hicieras llorar— su mirada destila rabia. Se levanta y camina lejos de mi, cuando va a dar la vuelta en la esquina del pasillo, se gira y me mira— En la hoguera, tu última oportunidad

Con algo de esfuerzo me levanto y bajo las escaleras corriendo. Esquivo a los niños, y algún que otro balón volador, hasta que llego a la hoguera. Sus piernas colgaban dentro del agujero, mientras sus manos tapaban su rostro y su torso vibraba en señal de que estaba llorando. 

Levanta la cabeza y al verme, suelta un sollozo y se levanta corriendo hacia mi. La levanto en mis brazos y entierro mi rostro en su cuello, apretándola con fuerza a mi cuerpo, mientras ella rodeaba mi cintura con sus piernas. Solloza en mi hombro, haciendo que mis ojos se humedezcan. 

— Deja de llorar, por favor— susurro con la voz queda

— Es por tu culpa...

— ¿El qué?— pregunto confundido

— Estoy de dos semanas— solloza

Me separo de ella, para besarla, felicitarla por hacerme tan feliz. Pero ella no deja de llorar, como si no quisiera quedarse embarazada, como si ese niño que porta en su vientre fuese un problema.

«¿Y si no quiere tenerlo?»

Acuno sus mejillas en mis manos y la obligo a que me mire, para pisar mi corazón y hablar:

— Amor, sabes que existe la opción de abortar— sus ojos se abren mucho más y me empuja para sollozar aún más fuerte

— ¡Ahora quieres que aborte nuestro niño! ¡Deja de cagarla!— me grita antes de caminar lejos

La sujeto del brazo y la obligo a mirarme

— Deseo con todo mi alma tener un niño correteando por casa, cayéndose y levantándose, reír y llorar... Amor, creí que no querías tener niños aún— ella sonríe aún llorando y me abraza

— Yo también quiero tener un niño pequeño— solloza como una niña a la que le quitaron su caramelo

— ¿Entonces por qué lloras?

— No lo séeeeeee— vuelve a sollozar

Rio disimuladamente ante la situación. Me separo de ella y nos sentamos en una de las pequeñas paredes de piedra que había alrededor del gran agujero de la hoguera. Ella apoya su cabeza en mi pecho, y nos quedamos en silencio pensando en un futuro para nosotros tres. Ella traza pequeños circulitos en mi pecho, y yo los trazo en su muslo.

— ¿Quién te hizo lo de la cara?— pregunta sin mirarme

Toco mi labio y me miro el dedo, con una pequeña manchita de sangre.

— Cupido, alias "el flechitas"

Ella emite una carcajada que me suena a canto de sirenas y levanta la cabeza para mirarme a los ojos, mientras yo le sonrío

— ¿Diego?— asiento— se toma sus promesas muy en serio. Me prometió el día de nuestra boda que te partiría la boca si me haces llorar— ríe y vuelve a apoyar su mejilla sobre mi pecho

Un silencio muy cómodo se posiciona entre nosotros, conquistando los siguientes momentos.

Mi mente imagina a un niño, o una niña, dando su primer paso,montando por primera vez en bici, yendo por primera vez en el colegio o instituto, su primer novio o novia. En todos esos momentos estaremos los dos para apoyar a nuestro bebé.

Ahí es cuando veo a Melek pujando, con su bata verde y la redecilla en el pelo, toda roja, estrujando mi mano, mientras los dos pujamos y gritamos como locos en el hospital. Para cuando que salga nuestro bebé también grite y entre los tres volvemos sordo al doctor y los enfermeros. Y cuando se ponga como loca a insultar y a gritarme porque yo fuí el culpable de que ella se quedara embarazada, gritándome que me castrará, o que no volverá a acercarse a mi. Sonrío ante ese tierno pensamiento. Pero nunca sabré que el destino me omitirá toda esa parte y me hará sufrir como nunca.

— ¿Ángel?— me llama Melek sacándome de mis cavilaciones

— ¿Humh?— gimo en respuesta

— No vuelvas a echarte de este perfume, apesta y es muy fuerte

«Pero si es el que me regalaste» Sólo lo pienso, no lo digo

— Claro mi vida, por tí lo que sea— y dejo un beso en su coronilla

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¿Tengo que decir vivieron felices y comieron perdices? No, aún queda un asunto por resolver

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La Chica del Hijab ©Where stories live. Discover now