Capítulo 45

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La enfermera me tiende a la pequeña criaturita envuelta en unas mantas blancas del hospital. Mi corazón late a toda velocidad, nunca creí que mi encuentro con mi niño sería así. 

Lo sujeto entre mis brazos con delicadeza y miro su rostro arrugadito y rojizo. Lo levanto un poquito y dejo un beso en su mejillita. Se mueve un poco, con los ojos aún cerrados haciendo que algo dentro de mi pecho comience a revolotear. Sin poder evitarlo mis ojos se humedecieron al recordar la apuesta que hice con su madre. El primero que lo veía le ponía el nombre. 

«He ganado»

Y realmente no quiero ponerle ningún nombre, hasta que su madre no despierte, y si eso tiene que ser dentro de años, me da completamente igual. El nombre de mi hijo se lo pondrá su madre.

Con torpeza mueve la mano y la coloca en el cuello de mi camisa, cerrándola en un puño. Me siento como el hombre más feliz del mundo, siendo por primera vez padre.

Lo vuelvo a colocar sobre la pequeña cuna y la enfermera me enseña un aparatito. 

— Ésto se llama monitor apnea. Tienes que entender, antes que nada, que su hijo está débil. Su corazón puede dejar de latir de un momento a otro. Bueno, pues nosotros te daremos éste aparato para prevenir cualquier accidente de corazón— coloca las pegatinas en el pecho de mi hijo y las liga a unos cables que acaban en un aparatito— Ésto te avisará cuando su corazón late demasiado rápido, o demasiado lento. Cuando comience a sonar la alarma llamas al doctor urgentemente para que te de las instrucciones de cómo actuar.

— Muchas gracias— digo con amabilidad a la mujer que asiente y se va

Cojo con mucho cuidado a mi bebé de la cuna y camino rumbo al ascensor, hoy por fín, madre e hijo se iban a conocer por primera vez. Camino por el pasillo, toco dos veces a la puerta 290 y entro sin hacer mucho ruido. 

Mi bebé se mueve entre mis brazos y rompe en llantos. Alarmado, y sin saber qué hacer me pongo a agitarlo entre mis brazos, cosa que sólo aviva más su llanto. Chasco la lengua haciendo soniditos intentando calmarlo, pero nada. El niño no deja de llorar, y lo peor es que comenzaron a formarse lagrimitas en sus ojitos cerrados. 

— ¡Melek ayúdame!— suplico perdiendo mi autocontrol

Una idea cruza mi mente, un poco alocada y llevándola a cabo arriesgaba el poder seguir visitando a mi esposa. Pero era o eso o que el niño no deje de llorar. Lo cojo con una mano, mientras con la otra descubro el pecho de mi esposa. Quito la manta del cuerpecito de mi niño y lo tumbo bocabajo sobre el pecho descubierto de su madre. 

«Piel con piel, dicen que es bueno para el bebé»

Al cabo de unos segundos el niño se calló, y comenzó a mover torpemente los brazitos sobre el pecho de su madre. Mi pecho enterneció ante tan conmovedora imagen. 

Y a partir de ahí todo pasa muy rápido. Veo cómo aprieta la mandíbula en el tubo que lleva en la boca, quebrándolo al completo. La máquina estalla en pitidos alarmantes, acompañados de unas luces anaranjadas que nada bueno traían consigo. Cojo al bebé del pecho de Melek y me apresuro a caminar fuera de la habitación en busca de una enfermera. Pero no me hizo falta, antes de cruzar la puerta los enfermeros la rodearon.

Puedo ver cómo uno de ellos intenta separar sus dientes con una enorme espátula de hierro para liberar su tubo de respiración, mientras la otra enfermera tecleaba en una máquina

— ¡La frecuencia cardiaca es muy alta, corre riesgo de ataque!— grita la misma

A los segundos el doctor llega y deshace el delantal para poder hacer presión en su pecho. Yo me quedo petrificado. Hasta que una línea acompañada de un pitido constante y molesto llena mis oídos. 

— ¡El desfibrilador!— el doctor suelta el pecho de mi esposa

Junta las dos planchas y las pega en el pecho de Melek por unas milésimas, a lo que ella se levanta y el pitido cesa, llevándose consigo la pesadez del ambiente. 

— Bien hecho chicos— dice el doctor en un suspiro

Y es ahí cuando me doy cuenta de que mi niño no dejaba de llorar en mis brazos. El doctor me mira y con el rostro fruncido mira al niño. Después vuelve a mirar a Melek y me mira a mi

— ¿Es su hijo?— yo asiento— ahora entiendo. La reacción que tuvo fue por el niño. Quisiera que no lo volvieras a traer, no queremos más episodios como éste. 

* * *

Dos meses... Dos meses enteros llevo sin entrar por esa puerta. Tanto dolor sentía que dormí en hoteles, eso cuando no me dejaban dormir en el asiento que tiene Melek al lado de su camilla. Todo sigue igual. Hasta el molde de la tarta de queso está ahí, en el lavadero. Dejo a mi bebé sobre el sofá y me dedico a ordenar un poco todo aquel desorden. Cuando el timbre de la puerta suena. 

Dejo el trapo sobre la encimera y camino hacia la puerta, para descubrir el rostro alegre de Mohammed. Nos abrazamos y él entra a dentro.

Mira a todos lados como recordando los momentos que pasamos juntos sobre éstos mismos tablones y baldosas. Puedo ver sus ojos brillar, antes de dejar un rastro húmedo por sus mejillas, rastro que no tarda en borrar y esbozar una sonrisa

— Ale, limpiemos todo esto— dijo tomando mi trapo

Y cuando voy a replicar suena mi teléfono. Lo cojo y mi corazón se acelera al ver que es el número del doctor de Melek. Sin pensarlo descuelgo y me lo llevo con miedo al oído

— Tiene que venir señor Salinas. Su esposa acaba de salir de su coma

«Mierda... Espera ¿Qué?»

— ¡¿Despertó?!— repito quitándome el delantal

Mohammed abre la boca antes de coger a mi niño y correr fuera de casa. Yo cuelgo y corro trás él. Saco las llaves del coche y cuando voy a subir al asiento del conductor, Mohammed se adelanta y me da la silla de mi hijo, quitándome las llaves de las manos. 

— Estás muy alterado, será mejor que conduzca yo— sube y arranca

Tras colocar bien a mi niño en su sillita en el asiento trasero subo al delantero para sentir cómo derrapa Mohammed por toda la carretera. Pero por un momento lo noto tenso. Condice entre calles y calles, sin levar un rumbo fijo

— ¡Mierda Mohammed! ¡El hospital cojones!

— ¡No me grites y ponte el maldito cinturón!— dice en mi mismo tono, un poco más alterado

Mira por el retrovisor, antes de salir de la ciudad directo a la autovía

— Qué cojones...— dejo mi frase a medias, mientras intento descifrar lo que pasa por la mente del perturbado que tengo por conductor. Él alarga su mano hasta el retrovisor y lo coloca bien, antes de suspirar con nerviosidad

— Mierda— su tono suena muy bajo— Junaid llama a la policía, estamos en la mierda

Frunzo el ceño y por fín giro en mi asiento para mirar aquello que le hizo palidecer tanto en un par de segundos.

«Mierda...»

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La Chica del Hijab ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora