CAP (4). Un café

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Narrativa: Colin Russell


Encontrarte en el mismo coche con Alexander resultaba ser una pesadilla. Solo tenias dos posibilidades: desearte la muerte o pedirle a que te lleve directamente al manicomio.

—¿Te puedes callar por unos malditos cinco minutos?–espeté irritado luego de haber escuchado por la tercera vez como hacía conocido a la nueva empleada de Starbucks's.

—No— replicó sereno girando su cabeza hacía mi—,como te decía esta mujer tiene unas piernas...—lo interrumpí. Ya tocaba cada fibra nerviosa de mi cuerpo.

—¡Ya sé!—levanté la voz bajando la ventana del coche sintiendo una fuerte necesidad para tomar una dosis de aire fresco.

—No me digas que te la follaste.

—No seas imbécil.—lo miré divertido.—Ni la conozco.— añadí.

—Claro, solo nos acostamos con modelos—espetó irónico haciendo referencia a mis ultimas novias que, por casualidad resultaron trabajar como modelos.

—Ahora si eres imbécil, no me cabe duda—negué con la cabeza buscando un lugar libre donde pueda estacionar el auto.

Alexander estaba tan emocionado con esta cita que me desesperaba. Lo único que yo quería era regresar a mi casa y tumbarme en la cama.

Unos minutos más tarde después de dar unos buenos giros por fin hemos encontrado un lugar libre donde dejar el auto.

—¡Vamos!—dijo eufórico mientras rozaba sus palmas, sonriendo como un idiota.

—Yo no sé quién eres— solté una broma  que en el fondo escondía una dura verdad o por lo menos en ese momento.

Evidentemente que no fue posible caminar como dos personas normales hacía la cafetería. Alexander tenía mucha prisa y me obligó a caminar a su lado de manera  apresurada.

Por eso y por mi falta de atención choqué con alguien, una gitana, que escapó su bolsa con tres manzanas en el suelo. Una roja, una verde y una manzana amarilla. De todas las tres una llegó a lado de mi pie mientras que las otras dos quedaron al lado de la gitana.

—Perdón señora—me disculpe y recogí la manzana verde mientras que ella cogió las otras dos.

—Verde—hizo una pausa, tiempo en cual me miró fijamente—, como dos esmeraldas.—murmuró.

—¿Qué dijo?—pregunté un tanto confundido.

—El color verde es de la naturaleza que nos rodea a todos pero, somos muy pocos los que tenemos la capacidad de mirarla verdaderamente. ¿Tú serías capaz de ver el verde de tu vida?—preguntó haciéndome fruncir el ceno.

—No entiendo—admití mirándola atento, esperando una explicación.

—No hay nada que entender, hay que ver, con tus ojos puedes ver otros ojos.

La mujer me miró por unos segundos más. Luego suspiró largo y pesado y pasó por mi lado hablando por su cuenta. Miré confuso a mi amigo quien se encogió de hombro y nos dirigimos de nuevo hacia la cafetería.

Entré en la cafetería donde el olor de café se sentía a flor de piel y agradecí que no habían muchas personas, de echo estaba bastante vacío, algo sorprendente teniendo en cuenta la gran cantidad de personas que frecuentaban normalmente ese lugar.

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