CAP (34). Nueva casa

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Narrativa : Rose Paige




Había pasado una semana desde que Colín y yo formábamos oficialmente una pareja pero aún seguíamos escondiéndonos de los ojos curiosos de la gente, especialmente de los periodistas que seguían metiéndose en su vida.

—Ya estoy listo, mamá.—dijo mi hijo, apenas entrado en la cocina con un conejito en su mano, mientras que con la otra arrastraba su mochila.

—¿No olvidaste nada en tu habitación?—pregunté y Diego negó con la cabeza.

—Mamá, ¿Tú sabes donde vive Colin?—preguntó y me encogí los hombros.

—Pues lo vamos a descubrir hoy, mi amor- le acaricié la nariz con mi dedo justo cuando se escuchó el timbre.

— Yo voy —gritó feliz corriendo hacía la puerta , abriéndola —Hola —lo escuché decir y en cuanto me giré vi a Colín acompañado por su hija, Lana.

—¡Rose!–exclamó feliz la niña caminando hacía mi, me arrodille y la abracé. —Mira.—me señaló su cabello.—Mi papa.—empecé a reír mientras le solté la coleta que Colín le había realizado con tanta destreza y pase mis dedos por su cabello largo, arreglándolo un poco.

—Lana, ven, ven.—dijo Diego agarrándola de la mano.—Quiero mostrarte algo.

Los niños desaparecieron y en unos segundos sentí las manos de Colín en mi cintura, atrayéndome hacía su cuerpo cálido y besándome con pasión.

—Eres tan perfecta.—dijo después de haber cortado el beso.

—Estoy lejos de ser perfecta, créeme.—dije mientras empecé a sacarle el lápiz que tenía sobre sus labios.

—Para mi lo eres.—volvió a decir y le di un beso en la comisura de sus labios.—¿Estas lista?

—No me hables de esto que me pongo nerviosa.—confesé riéndome.

— ¿En serio?, ¿Por qué?—me miró sonriente, esa sonrisa que solo él sabía hacerla salir tan perfecta.

—Es algo nuevo para mí y me hace sentirme rara, no sé.—le di un golpe en el hombro.—¿Qué me estas haciendo?

—Mejor te cuento lo que quiero hacerte.—se acercó a mi oído y dijo: —Desnudarte, besarte cada rincón de tu hermoso cuerpo, hacerte sudar y gritar toda la noche.

—Eres un...—negué con la cabeza, sonriéndole y sintiéndome algo avergonzada en el mismo tiempo.

— ¿Qué?—se rió divertido.—Eres mi novia.—acarició mi nariz con el suyo mirándome a los ojos.—Solo mía.

— ¿Y esto te da el derecho de hacer todo lo que quieres conmigo?—pregunté en voz sensual.

—No, claro que no. Solamente las cosas buenas, o las que están entre el bien y el mal.—levantó una ceja y sonrió picaro.

— ¿Ah si?—pregunté mientras pasé mis manos por su abdomen.—Vámonos entonces, no perdemos más el tiempo.—me alejé de él.

— ¡Lana, Diego!—gritó de repente.

— ¿Por qué los llamas?—pregunté confundida.

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