CAP (42). Angustia

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Narrativa: Rose Paige

   

Y llegas en un momento de tu vida en cuál te das cuenta que perdiste el tiempo muy a menudo en cosas báñele. Cuando llegaste cansado después de un día de trabajo o cuando simplemente no tenías ganas de escuchar y platicar, para que después, pidas de rodillas un momento más con esa persona común y presente en cada día de tu vida hasta ese punto.

   Los minutos pasan, las horas igual y al final solo te das cuenta que los días ya se fueron pero tú sigues igual de vacío.

  —Lo sabía, lo sabía.—susurré con los ojos llenos de lágrimas.

— Aun no sabemos nada con certeza.—me dijo entonces Alejandro sentándose a mi lado.

—¡Pasaron dos meses!—levanté la voz, alterada, preocupada y decepcionada.

—Debemos búscalo más.—suspiró él justo cuando la puerta se abrió.—Ricardo?—preguntó confundido.

—Yo lo llamé — me interpuse y Alejandro asintió con la cabeza aún dudoso.

   Habían pasado dos meses desde la última llamada de Colín, por más que hemos intentando llamarlo su teléfono seguía cerrado. Alejandro se encargó de buscar nuevas pistas por su cuenta, la policía estaba enterada sobre el asunto pero hasta ahora no nos habían dado ninguna noticia.

  —Sígueme por favor.—le dije a Ricardo.

   En todo este tiempo evadí entrar en la oficina de Colín, ese había sido su lugar, muy pocas veces entré allá desde que hemos empezado a vivir juntos.

  Me dirigí decidida hacía el despacho, Ricardo me siguió de inmediato, noté que Alejandro también, momento en cuál me giré y me dije:

  —Tú no.

  Unos minutos después entré en el despacho de Colín y su perfume inundó mis narices, se sentía tan presente que casi borrada su ausencia. Caminé hacia él escritorio y me senté en su silla, estaba a punto de estrellas y llorar, pero me detuve.

  — Ricardo.—lo invité a tomar asiento.

— Me fue imposible ponerme en contacto con el chofer de Colín.—habló en cuanto se sentó.—Mira esto.—me mostró un papel y fruncí el ceño.

— No sé que es.—me encogí de hombros y giré la cabeza hacia la parte derecha.

   Una lágrima cayó por mi mejilla y todas mis fuerzas estaban a punto de abandonarme cuando noté una foto con Lana, una con nosotros cuatro y una conmigo, dormida. Recordé ese lugar, fue precisamente cuando nos hemos ido a Roma.

  — Colín ocultó cada paso que hizo.—afirmó Ricardo y quedé asombrada.—Su viaje se suponía que era para California, en cambio, la llamada que te hizo a ti y después de checar su vuelo, todo indica que era en Bogotá.

  —¿Qué?.—pregunté sin aire.—.¿Pero esta loco?

—Esto no es todo, Rose.—me miró serio y temía decirme en lo que pensaba.—Mira esto.—me entregó una caja.

   La agarré en mi mano y al abrí con rapidez, dentro de ella noté el teléfono de Colín, sus tarjetas y un montón de otras cosas personales.

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