CAP (1) Envuélveme en la oscuridad

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Narrativa: Colin Russell

Una cara fría, impasible y colérica me devolvió la mirada reflejada en la ventana. Un rostro desconocido que me asustó incluso a mí mismo. Deslicé la mirada impetuosa hacía mi mano y noté la forma la cuál apretaba endemoniado el vaso lleno de Whisky con hielo.

Odiaba la postura en la cual me encontraba, detestaba perder el control y encontrarme lejos del lugar en el que estaba físicamente, consumiéndome por cosas sin importancia.

Dos meses, una semana, cuatro días, treinta y dos horas, doce minutos y cincuenta segundos lejos de Los Ángeles, y de lo que realmente me importaba.

Entonces regresé y los problemas me agobiaron nuevamente.

Estaba harto de que todos se interesasen en mi vida sin importarles nada más que mi estado económico. Harto de ver la hipocresía y la superficialidad. De mirar hacia adelante y tan solo alcanzar a visualizar el pasado. Saturado de los prejuicios y las mentes cerradas. Necesitaba algo innovador.
Pero antes debía relajarme.

A mis treinta años cumplidos llevo más de veinte perdidos en el trabajo, en estudios y preocupaciones–por más que durante mucho tiempo estuve intentando convencerme de que eran años invertidos, no tirados por la borda. Todo empezó con una universidad de derecho, seguida por un prestigioso bufete de abogados y al final un puesto político en la categoría de derecho.

Además estaba ese título de soltero más deseado salido de la noche a la mañana y un amor que se consumió antes de que pudiese siquiera empezar. Noches perdidas en ficción, mentiras y engaños. Orgasmos fingidos y muchas otras cosas. Horas enteras. Nunca hubiese terminado de hablar si me ponía a enumerar punto por punto.

Al fin y al cabo era irónico que me llamaran mujeriego cuando las mujeres entraban por la fuerza en mi habitación y se metían en mi cama como si yo fuese un maldito trofeo.

Pero claro, nadie mencionaba nunca que la mujer, cuando se lo propone puede ser mucho más peligrosa siempre. Ustedes, las mujeres, nos sonríen en la cara mientras en sus mentes ya piensan en cómo castigarnos. Son más inteligentes, lo admito y lo admiro, por Dios, no podia hablar mal de una mujer, nací de una.
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Suspiré y tomé otro trago, sintiendo cómo el líquido amargo quemaba mi garganta. Saqué mi mano con el teléfono del bolsillo del pantalón y miré la hora. Tenía que llegar de un momento a otro.

¿Por qué había decidido pasar una noche con una mujer a quién debía pagar cuando podía tenerlas gratis y fácil? No lo sabía, simplemente pasó. Tal vez era solo una experiencia que debia vivir.

Escuché unos golpes tiernos en la puerta, pero no contesté, no sabía qué tenía que hacer o decir. Dejé que todo tomara su curso. Sus pasos no se dejaron esperar, caminó con miedo, lentamente, hasta que su silueta delgada apareció reflejada en la ventana.

—Cierra la puerta con llave, por favor —le exigí antes de tomar el último sorbo de alcohol y dejar el vaso sobre la mesa a mi lado.

Intenté verla mejor pero la bruma de la noche me lo impidió. Ella permanecía inmóvil, llevaba una pequeña bolsa en la mano derecha y unos tacones bastante altos, y para mi sorpresa llevaba también un vestido que le cubría las rodillas.

—Date la vuelta y permanece así —volví a decretar, pensando en lo patético que sonaba.

Ella no dijo nada, tan solo obedeció lentamente, girándose hacia la puerta igual a como le había pedido, quedando de pie. Dejé de mirarla por el reflejo de la ventana llena de las luces que iluminaban la ciudad, y me di la vuelta caminando hacia ella. Antes de llegar encendí con mis dedos una lámpara que iluminó discretamente la habitación.

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