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Gothel vivía con odio. Vieja, encorvada, adolorida, pero vivía. Porque mala hierva nunca muere, no había vivido cientos de años confiando en una adolescente... Pero por mucho que odiase eso, ahora estaba llegando a su límite y la llave de su salud la seguía teniendo Rapunzel.

Esa niña. Esa tonta niña enamorada, lo que la hacía todavía más tonta. Madre sabe más, princesita. Se necesita algo mejor que un corte horrible de cabello para acabar con la mismísima hija del diablo. Aunque le costase reconocer que debido a ello sus poderes, así como su fuerza vital, fueron fuertemente mellados por culpa de Flynn Rider y su amor inconsciente por la rubia. Pero aun le quedaba algo a lo que aferrarse. Ah, su viejo libro de hechizos había sido una lectura realmente reconfortante durante los 6 meses que necesitó de recuperación, después de verselas con esa asquerosa pareja.

Había sido como un puñetazo en el estómago darse cuenta de lo tonta que había sido al confiar su salud en una flor, flor que ahora era Rapunzel, pues la princesa de Corona era la única que guardaba dentro de sí los poderes curativos... ¿y si existiera la posibilidad de que ella no fuera la única? Para su suerte, existía, y lo que quedaban de sus poderes sería el móvil.

Lo que pretendía hacer ahora iba mucho más allá de solo la inmortalidad. Una venganza, perpetrada con los poderes del abismo, tiene un precio alto. Que un alma inocente se pudriese y fuese llevada por el camino del infierno sin posibilidad de retorno, sin posibilidad de arrepentimiento, para ser exactos.

En un principio esa alma iba a ser la de Rapunzel, que venganza tan dulce a sus ideales, por eso utilizó sus hechizos del libro para crear las Rocas Negras, los mejores potenciadores de los poderes de la flor, y enviarlas hasta Corona. Rapunzel por supuesto no pudo evitar sentirse atraída hacía ellas, aunque no se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo en verdad. Gothel podía verlo todo a través de ellas. Que tonta ella, llendose a vivir al lugar más obvio, más le hubiera valido huir. Ay, su pequeña niña, siempre tan confiada...

Entonces llegó Varian. Que niño tan dulce, tan inocente, tan lleno de vida... y tan enamorado. Eso al igual que Rapunzel le hacía un tonto. Un amor no correspondido, vulnerable. Aunque muchas veces un amor no correspondido también convierte a uno en un monstruo. Podía aprovechar el momento de vulnerabilidad de ese chico para afianzar la posibilidad de que estuviese de su parte, una vez convertido en monstruo.

¡Que perfección! Él iba a ser su moneda de cambio y a la vez su mejor herramienta. La conexión que el alquimista tenía con la princesa, esta vez iría para el beneficio de Madre. Casi no podía esperar para ver la cara de ella, al darse cuenta de que el ser de uno de sus amigos caía en desgracia para siempre, por su culpa.

Madre sabe más, preciosa, y nunca pierde la oportunidad de castigar como se debe a una hija rebelde.

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— Por última vez, hija, la Seguridad alrededor de los escritos de Corona se ha aumentado —él Capitán de la Guardia ya no podía con Cassandra—. Ten en cuenta que estoy depositando toda mi confianza en ti, en el caso de que estés equivocada...

— No lo estoy —Cassandra estaba muy segura de ello—. Andrew trama algo, es culpable.

El hombre miró a su hija con sobreprotección.

— Entonces no deberías pasar tiempo con él.

Cassandra le interrumpió con una mano.

— No, entonces sospecharía.

— Hija, sabes que no estoy hablando de eso.

Ella rodó los ojos.

— Papá... —suspiró.

Dejame ayudarte a olvidarme (Cassandra x Varian)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora