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Acababa de iniciar la ronda de cultivo diaria en Vieja Corona, cuando un carruaje con el escudo del reino y tirado por dos caballos negros de pura raza apareció por el camino de tierra. Prácticamente todos los rostros se giraron.

— Viene del Castillo —un aldeano comentó lo obvio, sorprendido.

— ¿No será ya principio de mes, verdad? —preguntó otro, el pánico formandose dentro de él por no poder hacer frente a los pagos mensuales— ¡Todavia no he recolectado lo suficiente como para pagar!

— Se dirige a la casa de Quirin —notó una mujer.

— Seguro que Varian ha vuelto a hacer el idiota y se lo van a llevar —comentó un chico con una sonrisa burlona en su rostro y sus amigos le imitaron.

— A ver si lo acaban de una vez —le siguieron el juego, como si acabar con la vida de alguien fuera algo que llevar a la ligera— ¡Auch!

Por tal el chico que dijo eso llevó un capon propinado por su padre.

— ¡Vamos a verlo! —se interesaron.

En seguida toda Vieja Corona dejo sus herramientas de labranza para dirigirse como en procesión al hogar del chico más problemático del reino, detrás del carruaje.

— Llegamos, mi señor —dijo el joven guardia real de ondulado cabello negro que le llegaba por los hombros y de ojos marrones ámbar, que Rapunzel había revelado el día anterior que se llamaba Harry, abriendo la puerta del vehículo.

Había sido él quien tiraba de las riendas de los dos pura sangre.

Del interior apareció el serio y pulcro consejero real del rey Frederic, tieso como un palo, tal cual obligaba la etiqueta. Si las miradas de todas las personas sobre él le puso nervioso, no lo dejo ver, dirigiéndose con toda la superioridad que le brindaba su rango hacía la puerta. Harry le siguió con sigilo y con sus ojos algo tristes. Le ponía nervioso el estilo de vida de ese lugar. La Edad Moderna brillaba en todo su explendor por las calles de Corona, menos en ese lugar. En el extremo hacía las montañas todos vivían como 200 años atrás, menos tal vez ese chico amigo de la princesa, Varian, a quien buscaban. Lo peor es que no era solo el estilo, la pobreza plebeya de hace 200 años también tenía en Vieja Corona su hogar, como si el tiempo entre esas casas se hubiera detenido en la peor y más inmunda de las épocas.

Nigel, el consejero, subió las escaleras y se quedó quieto justo delante de la puerta. Se ajustó su esmoquin al cuerpo (como si antes lo hubiera llevado mal puesto) y fingió sacarse algo de polvo. Después observó a Harry a su lado con ojos inquisidores y, por un momento, el joven pasó saliva imperceptiblemente.

— ¿Y bien? Llama a la puerta —le instó y el chico rodó los ojos con fastidio, antes de hacer lo que le ordenó.

— ¿Señor Quirin? —exclamó— Soy Harry, soldado de la Guardia Real. Me acompaña el señor Nigel, ilustre consejero del Rey Frederic. Venimos a por su hijo.

Los murmullos no se hicieron esperar entre los espectadores no deseados. ¿Qué venían a por Varian? Extraño, no eran carceleros.

Quirin no tardó casi nada en abrirles la puerta.

— Por favor, pasen —los invitó algo cabizbajo, pero trató que no se notase.

Ambos entraron y el gran hombre les lanzó una mirada de suplica a los espectadores para que se dispersasen, antes de cerrar la puerta.

Varian les esperaba de pie, con la ropa menos ajada que se podría encontrar en su pqueño armario, al lado su equipaje, Rudigüer descansaba entre sus brazos.

— Así que tú eres Varian —Nigel se acercó algo cauteloso al pelinegro, como si temiese ser mordido por un perro rabioso, a pesar de que el adolescente se veía calmado y hasta tenía una expresión aburrida y la "alimaña" que era Rudigüer no hacía más que pegarse a su pecho, temeroso.

Dejame ayudarte a olvidarme (Cassandra x Varian)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora