Capítulo II - Una luz en la obscuridad

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Subieron a su coche, muy ostentoso para un profesor de universidad. Fue el regalo de su padre para su último cumpleaños, al igual que la gran mansión que había recibido como regalo cuando decidió independizarse.

—Quiero enseñarte la ciudad, sé que te gusta mucho la noche, y éste lugar es hermoso —acarició tiernamente su mejilla, pero ella enseguida apartó la cara.

—Vamos Eric, sabes bien que tus gustos y los míos son muy diferentes —se arregló el cabello y se ajustó el cinturón de seguridad.

Eric odiaba la distancia que Megan ponía entre ellos ante cualquier muestra de afecto. Rara vez devolvía un abrazo, o dejaba que le hiciera una caricia y mucho más difícil, era que ella le diera una muestra de su cariño.

A pesar del tiempo transcurrido, no lograba acostumbrarse al cambio. Extrañaba a la dulce Megan que lo hacía reír en sus peores días y siempre lo buscaba para pedirle consejos.

Pero ya no quedaba rastro de aquella chica.
Ahora Megan era fría, distante, desconfiada de todos y de todo.

Pero no todo era malo para ella, en realidad, la ciudad le agradaba, encontraba en ella cierto encanto y la idea de recorrerla junto a su hermano le gustaba, aunque no quisiera demostrarlo.

Luego de un rato, estacionaron frente al bar que Eric solía frecuentar.
Bajaron del cochea y la suave brisa la envolvió en una extraña sensación de calidez. El recuerdo de Seattle y las noches con sus amigos la invadió, solo por un instante, hasta que al entrar notó que el lugar no se parecía en nada a los que ella frecuentaba.

—¿Tomamos algo?

—Claro, ¿por qué no? —Era una actitud extraña viniendo de él, por lo general no le gustaba que ella bebiera, pensó que probablemente su padre ya le había contado algunas cosas y él trataba de hacerla sentir bien. Se sentaron en la barra y Eric pidió un par de cervezas. —Entonces, ¿cuál es el plan de papá? —le preguntó mientras bebía de la botella sin quitarle los ojos de encima.

—No empieces ahora, Meg. No hay un "plan", es solo que...

No lo dejó continuar, y se adelantó a sus palabras.

—Déjame adivinar: otra vez se va quien sabe a dónde por un largo tiempo y no quiere que su niña pequeña se meta en más problemas. ¿Y te paga por hacer de niñera? —le sonrió irónicamente.

Eric suspiró con tristeza.

—No quiero pelear contigo.

—Tampoco yo —respondió en tono de advertencia.

—En parte tiene razón, Meg. Me ha contado lo que haces. ¡Me dijo que te detuvieron por una riña callejera!

—Ya me lo suponía. ¿Que no tienen temas más interesantes para tratar? ¿El valor de las acciones? ¿El calentamiento global?

—Creo que todo se te está yendo de las manos. —intentó sostener su mano pero ella enseguida la quitó.

—Odio que me controlen, lo sabes bien.

Se levantó y caminó alejándose de él.

Odiaba que la tocaran, no le gustaba que nadie lo hiciera; no por el hecho de que tuviera algo contra los hombres, ni mucho menos contra su hermano, sino porque sentía que no merecía las caricias ni el cariño de nadie.

De camino al baño vio en una mesa a tres tipos que la miraban y se hacían gestos entre ellos, uno en particular, dijo algo tan vulgar que hubiese preferido haber evitado oír.

«Hoy no estoy de humor para soportar a nadie.» pensó y absorbió todo el aire que pudo tratando de aplacar su fastidio.

Entró al baño y se mojó el cuello intentando aliviar un poco la tensión, llevaba mucho tiempo sin dormir bien y eso la volvía irritable.

Ángel de mis demonios - T E R M I N A D AWhere stories live. Discover now