Capítulo IV - La fiesta

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Al fin había llegado el viernes, el estrés le había jugado una mala pasada, la prisa por terminar el automóvil y la motocicleta a tiempo, la elección del vestido para la fiesta, la cita en el salón de belleza, —¡hacía siglos que no pisaba uno!— todo aquello acumuló una gran tensión en Megan.

Despertó gritando durante la madrugada, exaltada, aterrorizada, con la diferencia de que esta vez, Eric la escuchó. Corrió a su dormitorio espantado, nunca la había visto así. Para su padre era más fácil, él la había acompañado en sus primeros terrores nocturnos y ya sabía cómo actuar.

Recordó las palabras de su padre:

«No la toques» le había advertido. «Pase lo que pase, mantén la distancia y no pierdas el control. Será difícil, porque lo primero que sientes cuando pasa es la necesidad de abrazarla y contenerla; pero eso la hace sentir mucho peor... Y también te hará sentir mal a ti».

Llenó sus pulmones de aire e intentó llevar a cabo las indicaciones de su padre.

—¿Estás bien? —preguntó preocupado.

—No te preocupes, siempre pasa, estoy bien. —trató de tranquilizarlo.

—¿Quieres que me quede contigo?

—No. Estaré bien.

—Por favor, Meg. Déjame ayudarte. No sé qué hacer contigo... No sé cómo actuar... Juro que quiero ayudarte pero no puedo hacerlo cuando tú no me dejas ni siquiera acercarme.

Se quedó allí un minuto, pero ella no dijo nada, continuó con la mirada baja. Viendo que no había forma de que se dejara ayudar se dio por vencido y caminó hacia la puerta.

—¿Puedes quedarte conmigo? Solo hasta que me vuelva a dormir. —su voz fue casi una súplica, no podía dejar de temblar y deseaba estar sola pero al sentir la tristeza en la voz de su hermano decidió ceder, al menos esta vez.

Se recostó a su lado y extendió con lentitud su mano para acariciar su mejilla, ella suspiró y cerró los ojos ante su contacto. Hacía tanto tiempo que no cedía ante las caricias de nadie, que aquel momento la hizo añorar su vida antes de aquel evento que lo arruinó todo. Dejó escapar un sollozo y junto a éste las lágrimas desbordaron sus ojos; ya no quería dormir, le daba miedo volver a hacerlo.

Después de lo ocurrido, su padre pagó durante meses a los mejores especialistas. Terapias, tratamientos, medicamentos, todo sin resultado alguno. Todos decían lo mismo, que Megan se negaba a superar lo que había pasado, que no quería hacerlo, ¿a quién se le ocurre que una niña de dieciséis años pueda hacer a un lado el terror de lo que vio, lo que sintió? No entendía como todo aquello no la había hecho perder la razón.

«¡Si hubiera muerto yo ese día! ... Hubiese preferido eso a vivir con esta carga en mi conciencia por el resto de mi vida.»

Tomó la mano de su hermano y la entrelazó a la suya, cerró los ojos y al cabo de un rato se volvió a dormir.

—Creo que ya es hora de levantarnos —le susurró suavemente.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por aguantar mis crisis, por quererme a pesar de todo.

—Claro que te quiero, eres mi hermana, y mi única confidente; bueno, tú y mi amigo, —agregó con una sonrisa —a él también le puedo contar todo.

—Nunca me has hablado de él.

—Te encantará; es muy serio y callado al principio, pero cuando llegues a conocerlo verás que es una persona excepcional. Le he hablado mucho de ti, esta noche te lo presentaré. —dijo tocándole la nariz.

Ángel de mis demonios - T E R M I N A D AWhere stories live. Discover now