Capítulo III - El cambio

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La luz que entraba por la ventana y el sonido de las grandes cortinas corriéndose la obligaron a abrir los ojos

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La luz que entraba por la ventana y el sonido de las grandes cortinas corriéndose la obligaron a abrir los ojos.

—¡Buenos días, perezosa! —reconoció la voz de Eric.

—¡Ay no!... ¡Cierra eso!... Me duele la cabeza. ¡Déjame dormir un poco más! —respondió con la cara en la almohada.

—Levántate a almorzar, tengo hambre. Llevo horas esperando para comer juntos.

—¡No! ¿Qué hora es?

—Son las 2 p.m.

—¡¿Qué?! —Se sobresaltó —No pensé que era tan tarde, no sé qué me pasó.

—Una noche agitada... Parece. —le sonrió con picardía.

—Me visto y en cinco minutos bajo a comer. —le respondió metiéndose bajo las sábanas.

—Está bien, te espero abajo.

Se levantó cuidadosamente luego de asegurarse que Eric se había alejado y caminó hasta el baño, buscó un frasco de analgésicos y sacó dos pastillas. Se miró en el espejo y sacó otra más.
Tres estarían bien para calmar el dolor. Se vistió con lo que encontró más a mano, bajó rápidamente por las escaleras al comedor, pero se detuvo a medio camino.
Le dolía. Mucho.
Más que nada la cabeza.
Retomó la marcha, esta vez, lentamente tratando de disimular el dolor de los golpes y se sentó en la mesa.

Mientras almorzaban, en el silencio de la mesa, pensaba y analizaba lo que ocurrió.

¿Quién era él?
¿Qué hacía en ese lugar justo en ese momento?
¿Qué era esa sensación que la invadía? ¿Habría sido consecuencia del golpe en la cabeza?
¿Por qué la miraba así?

Eric carraspeó.

—Meg... Tienes algo en la cara.

Enseguida agachó la cabeza pensando que quizás era alguna marca producto de los golpes.

—¿Qué?... ¿Dónde? —preguntó con un poco de miedo.

—No sé... Ahí... En tu cara, —dijo mientras la miraba más de cerca. —no estoy seguro... Parece... No sé... ¿Una sonrisa?

—Idiota. —le tiró con una servilleta y ese gesto lo hizo reír. —Eres un idiota. —rió ella también.

—En serio, hace mucho no te veo sonreír así. No sé cuál o quien es el motivo, pero me gusta.

Así como apareció sin que se diera cuenta, de la misma manera, la sonrisa se fue de su rostro y en su lugar se dibujó un gesto de preocupación. Se acababa de dar cuenta de que había dormido más horas esa noche que en una semana entera, que no tuvo pesadillas ni tampoco se despertó sobresaltada.

¿Quién era él? ¿Qué cambió en ella después de la noche?
Se sentía diferente.
¿Sería consecuencia de aquellas pastillas que él le había dado?
¡Sí que debieron de ser fuertes para hacerla dormir hasta esa hora!
Sin pesadillas...
Sin sobresaltos...
No recordaba la última noche que había dormido así.
Tan tranquilamente.

Ángel de mis demonios - T E R M I N A D AOù les histoires vivent. Découvrez maintenant