2. Lo que realmente somos

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2. Lo que realmente somos

Sara había despertado una hora antes de que despertador comenzara a sonar y solo observaba el techo de su habitación. No había conseguido dormir demasiado, quizás dos horas y es que algo rondaba su mente. No podía quitarse la imagen de Maia, era demasiado extraño y hasta acosador si lo pensaba con cuidado, pero lo que seguía en su mente era la manera en la que la había tratado, había sido amable, graciosa pero su forma de actuar no había sido la más adecuada. Su psicóloga se enfadaría si se enterara y es que le había repetido miles de veces que comenzara a abrirse con las personas, pero era más difícil de lo que parece.

Se levantó cerca de las siete de la mañana y camino hacia el comedor. Abrió la refrigeradora y noto que casi no quedaba comida. Era fin de mes y no había conseguido algún trabajo lo que sin duda le preocupaba. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a pagar las cuentas?

― Bien amigo, parece que tú eres el único que va a desayunar hoy ― le decía a su pequeño pez que parecía demasiado ocupado en nadar en la pecera que había comprado meses atrás.

Decidida a encontrar algo de medio tiempo que la ayudara a sostenerse por unos días más Sara salió de su apartamento como era costumbre abrigada a mas no poder y claro su gorro color café.

"Se necesita señorita con buena presencia, comunicativa"

"Se necesita personas emprendedoras con facilidad para entablar conversaciones"

"Se necesita vendedor..."

Comunicativo, pensaba Sara mientras leía la sección de empleos del periódico, ninguno de esos trabajos se ajustaba a lo que era, una persona bastante reservada que prefería no hablar demasiado con extraños.

Antes trabajaba junto a su madre en la granja de la familia y no necesitaba comunicarse demasiado, los animales parecían ser mejores compañeros que cualquier persona. No juzgaban, no hablan de mas, no herían.

Miro su reloj y noto que era cerca del mediodía, debía ir al menos a uno de esos lugares a pedir empleo, así que se armó de valor y comenzó a caminar.

...

― ¿Cómo va todo por allá pequeña? ― preguntaba su madre mientras Sara solo esperaba que su voz la tranquilizara un poco.

― Hace frío pero la nieve es linda...

― Oh mi amor, disfrútala mucho ¿segura todo está bien?

― Si mamá solo quería saludar.

― Pues qué bueno que llamas amor, acá todo tranquilo, el tío Albert sigue con su idea de remodelar el granero yo le dije....

Había pasado toda la mañana buscando algo en lo que pudiera trabajar, pero la respuesta no había sido positiva, lo único que podía animarla era escuchar a su madre hablar de aquella vieja vida que tanto extrañaba.

Como cada jueves se dirigió hacia el centro de ayuda, era una maravilla que fuera gratuito y aunque Sara pensaba que la salud mental no debería tener un costo agradecía que personas con un gran corazón mantuvieran aquel centro abierto.

Apenas llego notó que en la mesa había varias tazas de café y algunas galletas, sin haber almorzado sentía aquello como un pequeño regalo así que se apresuró a llegar a la misma, y tomar un vaso, el primer sorbo fue el más gratificante y aún más las pequeñas galletas.

Dicen que cada persona es un mundo, pero imagina lo que cada una de ellas está viviendo, lo que siente y lo que afecta su vida, seria de locos ponernos en los zapatos de todos y cada uno de ellos, pero lo que si podemos es aceptar que no somos los únicos con problemas, que no somos los únicos con preocupaciones y que una pequeña acción puede alegrar el día de alguien, que por más insignificante que parezca ese detalle puede ser el inicio de todo.

Ojos de CieloWhere stories live. Discover now