El mundo es grande, inmenso, lleno de tantas maravillas y misterios, más de los que él podría contar y aspiraba a conocer.
Él, un chico aniñado, risueño y con una gran actitud positiva, que ni en sus más locos sueños pensó en un encuentro con ella;...
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—No lo olvides, y cuando vengan a por ti...
—Sí, papá... —respondí por lo bajo, moviéndome con rapidez por la habitación.
—¿Qué son esos ánimos? —Se acomodó en su asiento, al otro lado de la pantalla—. ¡Vamos, más energías! ¿Así piensas vencer a esos insufribles ratones?
Sonreí por inercia, cerrando mi mochila y colgándomela al hombro con cuidado de no hacer muecas.
—Los venceremos —aseguré, dándome el tiempo de sentarme frente a la computadora y hacer contacto visual con mi padre.
Este me analizó con extrañeza, pero sonrió como siempre que quería infundirme ánimos.
—Por favor, ¡claro que sí! —declaró con firmeza—. El entrenador los ha adiestrado excelentemente, pongo mi mano al fuego porque lleguen a las nacionales este año.
—Nos encargaremos de eso —convine lo más certera posible.
Papá sonrió y asistió satisfecho, mirándome de cabeza a cintura.
—Estoy seguro que sí —Y, sin embargo, se nota la tensión en sus hombros—. Buena suerte, Fel.
Entreabrí la boca, sintiéndola seca. Una presión se alojó en mi estomago, pero logré aplacarlo antes de que preguntara algo; correspondí a sus alientos con un asentimiento y volví a sonreír.
—Gracias, papá —Vi la hora en la esquina de la pantalla—. Debo irme, luego te cuento como acabó.
—Todo estará bien, ve con todo.
—Lo haré, nos vemos.
Hicimos un ademán cada quien y corté la llamada. Dejé de sonreír y me desplomé en la silla, sintiendo como los nervios y la impotencia recorrieron cada centímetro de mi cuerpo hasta púlsame en la herida de mi hombro, que seguía en proceso de recuperación.
—¿Era papá? —Me sobresalté al escucharla, Mely se recostó del marco de la puerta.
Asentí sin muchos ánimos, dándome una bofetada mental cuando recuerdo que no puede verme.
