E P Í L O G O

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Leí de nuevo el epitafio y sonreí

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Leí de nuevo el epitafio y sonreí.

"You are my inmortal".

—¿Esa no es una canción, señora Lyla? —Me agaché para hablarle—. ¿Le gustaba Evanescence de casualidad? Eso me explicaría muchas cosas, entre ellas que tiene un buen gusto musical.

El viento sopló con fuerza entonces, como si intentaran transmitirme la voz de la madre de Lop.

Apenas podía recordar cómo se veía en aquella foto, pero solo tenía que imaginarme una versión más adulta de la chica del rincón para ilusionarme con la idea de que en verdad estaba conversando con ella y no con su lápida.

Ahora que no estaba bajo los efectos del alcohol del día de las madres, me di cuenta que en mi primera visita quedé tan conmocionado que no me presenté como se debía; por lo que decidí regresar.

Respiré profundo. Es lo menos que podía hacer.

—Usted no me conoce —susurré en confidencia como si me preparara para la confesión del más fino de los secretos—. Ni yo pude conocerla, pero sé que fue una gran mujer a la que ahora puedo admirar. Si se pregunta porque la respuesta es muy simple: soy amigo de su hija mayor. Me llamo Félix, quería expresarle mis respetos y mi gratitud, por haberla salvado ese día...

» Tal vez no fui parte, pero lamento lo que sucedió y cómo terminó. Comprendo un poco lo que es perder a alguien, mi abuelo falleció cuando era pequeño, también mi primera mascota; sin embargo, no puedo compararme al dolor que debió sentir Lop al perderla. Usted ya debería saberlo, pero aun después de tantos años, sigue significando mucho en su vida.

» Estoy seguro que estaría orgullosa y le alegraría verla. Es un poco gruñona, también muy sarcástica y desconfiada, tiende a hacer y solucionar las cosas sola y le cuesta aceptar ayuda; pero también es graciosa y tierna a su manera, tiene un lado muy sensible que prefiere esconder, pero que, cuando la conoces mejor, te encariñas sin dudarlo.

» Es complicada a veces —suspiré, recordando cómo fue al principio—. Aún hay ocasiones en las que me es difícil entenderla y eso me preocupa, me desalienta. Siento que, desde aquel incidente con el balón, encontré algo muy especial, pero mucho más fuerte que todo con lo que he lidiado en mi vida —admitir mi pesar—. Me siento atemorizado de no poder ayudarla como merece, sé que no hay mucho que yo pueda hacer; sin embargo, soy lo suficientemente terco como no darme por vencido y seguir intentándolo.

A medida que fui hablando, me dejé caer sobre el cemento y me senté frente a la lápida. Naturalmente, no iba a obtener respuesta de nada, así que aproveché de decir muchas cosas que había pensado todo este tiempo, pero no encontré a nadie con que desahogarlas. Me pregunté que, de estar viva, si la señora Lyla me escucharía como entonces lo hacía.

—¿Puedo confesarle algo? —Su compresible silencio me hizo sonreír—. Creo que empieza a gustarme. No sé si eso esté bien y tampoco si complicará más las cosas, pero por ahora no importa demasiado. Así ella me haya prácticamente rechazado, no pienso abandonarla. Se lo prometí de todos modos, ¿no?

» Así que lo diré una vez más: con todo el respeto dado a su sacrificio, gracias por salvarla y permitir que la conociera. Prometo que me quedaré a su lado tanto tiempo la vida me lo permita, protegerla por usted de ser necesario, brindarle el afecto y el apoyo que se merece. Eso y mucho más...

Sentí la boca seca después de tanto hablar, pero la satisfacción y consuelo era más grande. Acabado mi discurso y declaración, vi la extensión de piedra y me acordé de un regalo que le tenía.

—Casi lo olvidaba —murmuré, sacando de mi mochila un pequeño set de calcomanías—. Escuché que odia que le regalen flores, así que pasé comprando esto antes de venir.

Había pensado en poner la de la rosa blanca, pero cuando iba a despegarla, me di cuenta que había un girasol que me resultó muy familiar y me trajo muy buenos recuerdos. Sonreí con la decisión tomada y me levanté a pegar ambas a un lado de la piedra, justo debajo del tulipán que Lop había pegado el día anterior.

—Feliz día de las madres, señora Lyla —Sonreí poniéndome de pie—. Donde quiera que esté, puede estar más tranquila. Estoy seguro que su viejo amor y padre de sus hijas está cuidando bien de Cornie, y, desde hoy, yo lo haré de Lop.

La brisa volvió a soplar, haciendo que de los arboles más cercanos unas cuantas hojas volaran y cayeran sobre la tumba.

Sonreí más.

¿Eso significaba que tenía su bendición? No podría responderme, pero quería creer que sí.

Porque a pesar de las distancias y fronteras que hubo, el mundo de Lop ahora era parte del mío también.

Es suyo, es mío, es nuestro.

. . .

Fin del primer libro

Esta historia continúa en

Por nuestro mundo







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