Cap. 31: Otro domingo de mayo (Parte 3)

79 13 33
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Abrí y cerré la puerta, generando un chasquido sordo con la entrada a mi casa

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Abrí y cerré la puerta, generando un chasquido sordo con la entrada a mi casa. No me moví y bajé la frente hasta pegarla de la madera, sintiéndome de repente muy cansado y con ganas de recostarme. Ya era de noche por lo que asumía que la merienda ya había acabado y podría descansar hasta el día siguiente. Posiblemente recibiría un regaño por desaparecer, pero ¿qué más daba?

—Félix —Me llamaron por detrás.

Reconociendo su voz, me di la vuelta y la confronté. No bastaron ni dos segundos para que se me cerrara la garganta y me dieran unas ganas inmensas de abrazarla.

—¿Qué pasó contigo hoy? Tu padre llegó confundido porque te habías bajado del coche sin decir nada. Te estábamos esperando y ¿de repente nos envías un mensaje diciendo que no llegaras?

—Mamá... —Traté de sonreírle, pero me era inútil.

Entre los días que no la vi y la historia de esa tarde, ahora más que nunca la extrañé. Ella siguió hablándome, regañándome por haber desaparecido sin más y preocuparlos, pero entonces se dio cuenta de la tristeza que traía encima y la incertidumbre adornó su rostro.

—Hijo, ¿qué tienes...? —Se acercó a mi nerviosa.

Intenté sonreír de nuevo en vano, terminando de darme la vuelta para verla mejor y, en cuanto la tuve cerca, jalarla suavemente por su muñeca y abrazarla. Lo necesitaba desde antes y ahora me daba cuenta de la suerte que tenía por si poder hacerlo.

—Perdón... —susurré con la voz ronca.

La apreté un poco, acaricié su cabello y le di un beso en la frente, asegurándome de que estaba ahí mientras retenía el deseo de soltar un par de lágrimas; al final no pude y la respiración se me agitó. Había sido demasiado para mí; en lo único que pensaba era que, si así era conmigo, no me quería imaginar cómo se sentía Lop y que estaba haciendo ahora que no la veían.

—Fel... Cariño... ¿Qué ocurrió, tesoro...? —preguntó, acariciando mi espalda para calmarme.

Siempre lo hacía y se lo agradecía. Me sentía mal por dejar que me viera en ese estado, pero no podía evitarlo. No había nada como los brazos de una madre, son muy reconfortantes.

Distancia al mundo ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora