Cap. 19: Paseo con el chihuahua

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Esa mañana siguiente, Mely fue hasta mi habitación avisando del desayuno

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Esa mañana siguiente, Mely fue hasta mi habitación avisando del desayuno. Durante toda la comida Félix no dejó de recordarme el día que tenía planeado hacerme vivir, yo respondía a una que otra cosa, pero el rulos tan emocionado apenas si nos dejaba hablar. Tuvo que ser regañado por su abuela para que pudiéramos terminar a tiempo de comer e irnos de turismo a la ciudad, en compañía de una de las ayudantes de la casa de la señora Ericsson. La cual, muy amable, nos cedió el transporte: una camioneta pequeña de grandes neumáticos, todo terreno, color rojo y techo destapado; conducida por la asistente.

Dado a mi lentitud para acabar el desayuno, me tomó un poco más estar lista y salir de la mini mansión, con los gritos de Félix apresurándome. Sonreí ligeramente a Esther, la ayudante de la señora Ericsson, y con ayuda de Félix me subí en la parte trasera de la camioneta.

El trayecto fue corto y aun así apreciable, no había sitio que no me llevara a un sitio increíble. Cuando me di cuenta, ya el vehículo se había detenido y Félix me extendía la mano desde la acera. Yo con cuidado me bajé y juntos miramos a Esther.

—¿Aquí los dejo? —preguntó ella amablemente.

—Sí, de aquí yo me encargo —planteó Félix—. Nos vemos aquí a eso de las tres.

—Está bien, vayan con cuidado y cualquier cosa me llaman de inmediato; yo estaré cerca haciendo unas diligencias de la señora.

—Perfecto. ¡Gracias, Esther!

Con un ademán, se despidió y se fue, dejándonos solos. Félix iba muy en serio en su papel de guía turístico, cada tanto que nos deteníamos, era su momento para señalarme algún lugar y hablarme de lo que conocía; muchas de esas eran anécdotas que le ocurrieron en varias de sus visitas mientras que otros eran comentarios de algunos en los sitios con los que se quedó con ganas de ir. Más que todo, tiendas que antes no estaban y le llamaron la atención cuando pasábamos.

Un niño en un parque con nuevas atracciones: ese era él en ese momento. Esta vez no lo culpaba y hasta lo imitaba, con un poco más de tranquilidad, paseando de tienda en tienda. Y era que en Melrose Avenue el «todo» se quedaba corto; no encontraba qué no ver, me fascinada.

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