El mundo es grande, inmenso, lleno de tantas maravillas y misterios, más de los que él podría contar y aspiraba a conocer.
Él, un chico aniñado, risueño y con una gran actitud positiva, que ni en sus más locos sueños pensó en un encuentro con ella;...
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—Te ves magnifica.
"¿Qué ve de magnifica en mí?". Me pregunté frente al espejo de la habitación de las chicas y mía. Llegamos hace más o menos siete minutos y estando cansadas mis compañeras de cuarto fueron directo a sentarse, o mejor dicho tirarse, sobre sus correspondientes camas.
Yo en cambio, pensativa, me encargué de cerrar la puerta con llave —tomando en cuenta que nos quitaríamos la ropa y todo eso—, y me senté en el pus más cercano a la puerta, desplomándome ahí mismo hasta pasado unos minutos en que ese mágico mueble absorbió todos mis males y preocupaciones y me recompuse para quitarme los, admito, bonitos zapatos que me regaló Henri esa tarde de sorpresa.
Tenía mejor gusto que yo.
Entonces levanté la mirada y me descubrí ante mi reflejo, me observé desde ahí, podría ser la novia de Dracula ahora. Sonreí ante la idea y me levanté para verme más de cerca, mis ojos se veían más grandes, mis pómulos brillaban, ¡Mi cabello estaba arreglado! Mi piel había adquirido color y aun sin los zapatos me veía alta, elegante y esbelta con el vestido oscuro puesto.
Pero aun no encontraba lo magnifico. Nunca tuve complejos con mi cuerpo, se bien como viví y como soy a causa de eso. No comía mucho por lo que era delgada y contaba con pocas curvas, pero caminaba varios kilómetros al día desde que perdimos nuestra casa y vivimos en aquel barrio, solo para tomar el bus, por lo que tenía buena resistencia física, musculo en las piernas y muslos y glúteos formados decentemente.
Fuera de eso no tenía más atractivos, no poseía mucho busto y mis brazos eran de fideos, además de que en algunas partes se me acentuaban más los huesos; eso y que, soy sincera, no soy precisamente fanática de la moda y no tengo afición por aprender las mil y un técnicas del mercado rosa por la piel, cutis, maquillaje, y todo esas cosas de mujeres ridículamente caras; bueno, tampoco es como si me pudiera dar ese lujo.
En resumen, no me considero fea, pero tampoco magnifica.
Ya con bastante de mi dejé el espejo y pasé a quitarme los accesorios, zarcillos, pulseras y el par de pinzas negras escondidas que sujetaban parte de mi pelo, que, con honestidad, me daba dolor desarreglarlo, pero tomé mi liga de siempre y lo amarré todo en mi típico moño alto. Listo eso proseguí con el vestido, pero obtuve un problema.