Capítulo 9

608 59 2
                                    

Mientras reflexionaba sobre el día anterior, un dolor casi insoportable se hizo presente al apoyarme en el respaldo de la silla. Ayer, por alguna razón, mi padre llegó aún más furioso que de costumbre y por eso el mínimo error de olvidarme de poner uno de los cubiertos, me costó mucho más caro de lo normal. Hoy había clases de gimnasia y para mi mala suerte no tenía ninguna excusa para faltar a ella.

Me dirigí frustrado al gimnasio lentamente para no provocarme más dolor, sin la más mínima motivación por hacerlo. Al llegar al gimnasio recordé que en esta clase solo los chicos participarían en un partido de baloncesto, lo que me haría casi imposible no sentir dolor.

Ya en los vestuarios, comencé a sacar mi ropa normal para ponerme el uniforme de gimnasia. Cuando mi espalda quedó al descubierto, intenté observar el daño que mi espalda había recibido y por lo visto, no parecía algo realmente muy agradable. Al terminar de cambiarme, estuve a punto de salir de allí, cuando un pequeño ruido me alertó a mirar hacia atrás, volteándome completamente.

La figura de una chica me hizo sorprenderme aún más. Sucrette salió de uno de los casilleros mirándome fijamente. Al notar lo que había visto, entré en pánico. No pude evitar insultarla ante la desesperación del momento, no sabía que haría si se llegara a saber mi secreto, más aún ahora que una de las chicas más entrometidas se había enterado.

Mi desesperación fue tan grande que no podía pensar en nada más que en eso en el resto del día. Como era de esperarse, Sucrette me preguntó algunas cosas que no estaba dispuesto a responder. Agradecí que no hubiera dicho nada a los demás, aún así su curiosidad y preocupación se me parecían de lo más molesto, ya que lo único que quería era estar solo.

Durante el día siguiente, intenté evitar a Sucrette. Era la segunda persona que estaba evitando, ya que el encontrarme con Castiel también era algo muy problemático, aún si no nos dirigíamos la palabra.

El estrés que me generaban esas cosas me hacían sentir enfermo. Mi cabeza daba vueltas y mis ojos se nublaban, sin contar con el dolor de estómago que me provocaba tan solo recordar el papeleo en el escritorio. Sin poder evitar, caí en el césped del patio sin poder moverme por, por lo menos, cinco minutos. Cuando había aceptado que me quedaría ahí por un tiempo, unos pasos se escucharon dirigirse hacia mí. Ahora estábamos en clase, ¿quién podría estar en el patio en este momento? 

Abrí mis ojos, aún un poco aturdido para saber quién rayos era la persona que se acercaba a mí. Tendría que haber adivinado que el único idiota que se salta las clases y merodea por el patio no es más que cierto pelirojo de mal carácter. Y yo que quería evitarlo.

-¿Qué haces ahí tirado? - dijo con una sonrisa en los labios, como burlándose de mí con la mirada.

-¿Te importa? - dije lo más seco posible.

-¿Estás de malas, delegado? Creí que nunca te enojabas - dijo con un tono sarcástico.

-Cállate, no es asunto tuyo - intenté cortar la conversación allí, pero siguió hablando.

-¿Qué te pasa delegado? No creí que te saltaras las clases como yo - su sonrisa en los labios hacía que me molestara aún más. No entendía por qué estaba de tan buen humor, si en general él era el que era insoportable.

-Déjame en paz. No quiero ver tu cara hoy - estaba de muy mal humor y me sentía lo suficientemente mal como para tener que soportar sus burlas una vez más.

-Estas actuando muy extraño hoy, delegado. No me digas que tienes fiebre - esa sonrisa burlona otra vez me hacía enojar. Acercó su mano a mi rostro burlándose de la situación. En cuanto tocó mi frente, mi mano apartó la suya de mí.

-¿De verdad tienes fiebre? - parecía sorprendido - ¿Por qué no vas a la enfermería? Ya que pareces estar mal, te ayudaré esta vez - increíblemente, en ese momento no parecía bromear.

Extendió su mano hacia mí para ayudarme a levantarme. Pero yo odiaba que los demás me ayudaran o me vieran en un estado de vulnerabilidad, en el fondo de mí sentía que nos parecíamos. Rechacé su mano con mi rostro fruncido e intenté levantarme solo, pero caí torpemente.

-Deja ya el orgullo, no voy a pedir nada a cambio. Solo te ayudaré a ir a la enfermería - extendió nuevamente su mano.

-Mira quien lo dice. Seguro que por dentro te estas muriendo de la risa por verme de esta forma - mi paciencia se había agotado, ahora ya era tarde para callarme e irme. No podía controlarme y toda la frustración acumulada salió para desquitarse con él.

-Te dije que no lo haré. Solo es que...estoy preocupado por ti - reconoció algo avergonzado.

-¿Preocupado por mí? Es realmente ridículo - sonreí sarcástico - ¿No recuerdas acaso que nos odiamos?

-Es cierto que no odiábamos antes, pero - tuve la necesidad de interrumpir su frase. No quería oír lo que seguía.

-¿Pero qué? ¿Crees que dejaré de odiarte solo porque pasamos una tarde juntos? No digas tonterías.

No dijo nada, pero no dejaba de mirar hacia el suelo, ¿podría ser que realmente lo herí con lo que le dije? Era realmente estúpido pensar eso.

-No quiero estar contigo, te odio y lo seguiré haciendo hasta que me muera - esta vez nuestros ojos se encontraron. Por alguna razón el ver sus ojos hizo que desviara la mirada de él, como si no pudiera mentirle al mirarlo a los ojos - Además, preferiría morir a tener que aceptar tu ayuda.

-¡Hasta ahora estuve aguantando todas tus estupideces, pero ya no lo soporto! Jamás volveré a preocuparme por alguien como tú. Por un momento creí que podría dejar de odiarte, pero me equivoqué, sigues siendo el asqueroso delegado al que odio. Y no te preocupes, no volveré a hablar contigo. 

Cuando terminó de hablar se fue hacia el instituto para desaparecer dentro de él. 

Al estar recostado, cerré mis ojos repitiéndome que eso había sido lo correcto. A pesar de que estaba consiente de que jamás volveríamos a ser amigos ¿Por qué me dolía tanto el haberlo apartado? ¿Por qué no podía rendirme del todo cuando se trataba de él? 

Te quiero... ¡Te odio! Te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora