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Mi enemigo no es el lunes.
Tampoco la gente que camina lento por la vereda y no me deja avanzar.
No me caía bien la profesora de historia de cuarto año, pero no llegué a odiarla.
No me molesta el capitalismo. Soy un consumista orgullosamente idiota.
Hay solo una cosa que odio. Tiene seis letras y arruinó todo para quien le ha tocado vivirlo en carne y hueso o de cerca.
Odio el cáncer.
Odio que se haya metido con mi hermano.
Odio no poder luchar contra él.
Lo odio más que a la comida saludable, y eso es decir mucho.
Sin embargo, esta es la primera y una de las pocas veces que pienso esto dado que todos me conocen por ser un protón. Desde que se lo diagnosticaron a Peter, solo he visto las cosas buenas que trae el cáncer.
Son un montón, por cierto.
Cuando ingresa una chica de mi edad al hospital y noto que ella parece ver solo lo negativo de su propia enfermedad, al igual que mi hermano al principio, me propongo algo: ayudarla a descubrir qué tan genial es estar enfermo.
Quiero mostrarle que la enfermedad no es el aguafiestas de la celebración, sino el alma de ella.
«Bienvenida al Hospital Timothy Walls, Kenna Hamilton Quinn. Permítele a este galán, Roel De Luca, darte un tour. Tiene el costo de un paquete de frituras o un beso. Tú decides».
