46. Kenna

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No lo digas en esta galaxia

Mamá me mira preocupada.

Es notorio que no aprueba esto, al menos no del todo. Su forma de cruzar los brazos y cambiar su peso de un pie al otro dice más de lo que podrían sus palabras. Sus ojos gritan que quiere arroparme en la cama, con las sábanas tan apretadas a mi alrededor que escapar de la seguridad de la habitación sería imposible.

Eso hacen las madres, pero todas saben que llega un punto donde ya no pueden decidir por ti, aunque quieran.

—¿No quieres un condón? Las enfermeras los regalan —pregunta Maise.

Papá, quien me ayuda a pasar los brazos por las correas de la mochila, se ahoga con su propia saliva.

Le lanzo a mi amiga una mirada de reproche, pero no puedo evitar que una divertida sonrisa se deslice por mis labios. Ella se encoge de hombros con las manos guardadas en los bolsillos de su chaqueta.

—¿No quieres que le comente a tus hermanos la cantidad de veces que has dicho que venías a dormir a mi casa y te escapabas por ahí a hacer cosas de adolescentes hormonales, Mai-Mai? —Mamá la llama por el apodo que le dio su familia a propósito.

—Fui la coartada perfecta, nunca le dije una palabra sobre eso. —Levanto las manos en señal de inocencia cuando la castaña abre la boca, indignada—. Es Harriet Margaret Quinn, se enteró sola.

Papá saca mi cabello, que quedó atrapado entre mi espalda y la mochila, con cuidado. Ahora oigo que contiene la risa.

Maise tiene dos hermanos mayores y dos menores, todos ansiosos de espantar a cualquier pretendiente de la hija del medio. Por eso, sea que se esté viendo con un chico o una chica, si la cosa es de carácter amoroso, lo oculta de sus parientes.

—¿Sabes que eres la segunda mamá y la mejor abogada del mundo entero? —Mi amiga la rodea por la cintura y apoya su mejilla en el hombro de la mujer, quien rueda los ojos.

Abraza a la gente cuando sabe que está en problemas, es una de las cosas más cómicas y divertidas que posee.

—¿Tienes todo? ¿Estás segura que no quieres que cargue la mochila? —Me doy vuelta para observar el ceño fruncido de papá—. También puedo quedarme en la terraza del hospital con ustedes. Es más, puedo ser un chaperón, para asegurarme de que no tengan que usar regalos de enfermeras... —Le lanza una mirada de desaprobación a Maise.

—También lo amo, señor Hamilton —contesta aún aferrada a mamá.

Niego con la cabeza cuando los ojos de papá vuelven a los míos.

—Estaré bien, tomaré el elevador —prometo. No puedo usar las escaleras porque me canso rápido y ellos se preocupan a doble velocidad—. Tengo mi celular cargado al cien por ciento, llamaré si tengo problemas... Cosa que no sucederá —insisto, amenazándolo con la mirada para que no se le ocurra interrumpir la sorpresa de Roel.

—Dos horas, Kenna —recuerda mamá—. Luego vienes directo para este cuarto, te pones el pijama y te vas a la cama. Mañana tienes chequeos por la mañana, y en la tarde tenemos que discutir sobre algo.

Algo.

Sé a lo que se refiere y no me gusta. Intento desligarme del pensamiento. Ahora no quiero estresarme por una futura pelea.

Me pongo de puntillas y deposito un beso en la mejilla de papá, luego voy hasta mamá y repito la acción. A Maise le doy un pequeño cabezazo, frente contra frente, como hacíamos a modo de ritual antes de nuestros partidos de soccer.

—Diviértete, Lionel. Yo lo haré aquí, con mi segundo par de padres favoritos en la galaxia.

Rodea con un brazo a la abogada y con el otro al antropólogo. Me río por su notable necesidad de que no le digan nada de sus salidas nocturnas a sus hermanos.

Los saludo a través del cristal de la puerta en el pasillo y luego empiezo a caminar.

Reprimo una sonrisa con solo imaginar la reacción de Roel al ver lo que le tenemos preparado. No sé en qué momento me convertí en la chica que va a citas, pero aquí estoy, de camino a una.

Lo bueno, aunque no lo admita en voz alta, es que será con alguien que de verdad me gusta.

Lo que digo para salvarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora