40. Kenna

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Manos a la obra

—Gracias, Kenna. —Sonríe a medias Peter, recostado—. Nunca nadie me había hecho un pastel de gelatina en la vida. Es cool. Tú eres cool.

Su voz es frágil y está cansado, pero ha insistido en agradecerme personalmente. No puedo evitar notar que he entrado en su círculo de confianza, y eso es algo inmenso. Él no es el tipo de chico que deja que te acerques lo suficiente.

—No se lo dijimos a Roel todavía, pero por lo que pasó hoy, subí en la lista de espera. Tendré mi trasplante esta semana. Creo que pronto me liberaré del cáncer.

Me sorprende la confesión. Echo una mirada sobre mi hombro para asegurarme que estamos solos antes de acercarme a su cama y mirarlo a los ojos. Hay un brillo esperanzador ahí.

—Eso... Eso es fantástico. —Me cuesta asimilarlo y siento una descarga de renovada energía yendo directo a mi corazón—. ¿Por qué no le dijeron? Se pondrá más que feliz. Apuesto a que saca a bailar a todas las enfermeras del piso, y a los enfermeros, y a los pacientes que pueden usar una silla de ruedas. Ya sabes que le gusta exteriorizarlo todo. —Me encojo de hombros y él quiere reír, pero no puede, así que asiente en concordancia.

—Un tarado descarado al que le gusta exteriorizarlo todo —corrige.

Reprimo una sonrisa.

—Deberíamos dejar de decir cosas como esas a sus espaldas, ¿verdad? —pregunto con diversión—. No importa que algunas se las merezca... —añado.

—Probablemente, pero ambos sabemos que no lo haremos. —Tose un poco—. Es gracioso tener una potencial cuñada después de todo. Me gusta quejarme contigo, Kenna.

Nos sostenemos la mirada un momento más antes de que sienta su mano buscando la mía sobre la sábana. Su tacto es frío, lo contrario al de su hermano.

—Y no le dijimos porque quiero que tú lo hagas. Es un favor.

Frunzo el ceño. Eso es algo demasiado personal y familiar. No creo que sea la indicada para hablarlo y Peter se da cuenta de lo que pienso.

—No puedes decirle que no a un niño con cáncer.

Mis cejas se disparan hacia arriba. Está mal usar esa carta, pero lo entiendo. Se lo está tomando con humor para no hacerlo por el otro lado, el más difícil.

—Y tú no puedes pedirle ese favor a una chica con problemas de corazón —contraataco.

Me da un leve apretón. Su sonrisa, a pesar de que es pequeña, dice cosas gigantes. Significativas.

—Roel es un bobo romántico, es evidente, así que quiero que tú y yo lo hagamos vivir una escena de película —explica—. Se lo merece. Él siempre busca hacer feliz al resto, y pensé que tal vez podría ser al revés en esta ocasión. Ha estado muy estresado con lo que me pasó... No lo dice, pero lo sé. Solo quiero que sepa que ya puede dejar de contener el aliento y respirar otra vez. Tal vez puedas ser su oxígeno, Kenna.

Es tan desinteresado el gesto. Él está enfermo, es quien necesita contención, al que deberían atender y hacer cumplir sus sueños; sin embargo, se preocupa del mal besador de su hermano.

Y si eso es lo quiere, lo haré.

—¿Cuál es el plan, Pepe?

—No te atrevas a decirme Pepe. —Ríe despacio y muy bajo.

Lo que digo para salvarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora