48. Kenna

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Bajo 300.000 millones de estrellas que no se ven

—¿Estás bien, Roel? No acostumbro a verte tan callado.

Hemos tomado asiento. No ha dicho nada en los minutos que llevamos aquí contemplando el cielo. 

—Muy bien —responde—. Solo me gusta detenerme a saborear el tiempo. ¿Sabes a lo que me refiero? A los momentos en que eres plenamente consciente de todo lo bueno que tienes y lo que eso te hace sentir.

Me sonríe. No creo que una persona me haya sonreído tanto en la vida. Quiero decir que llegado un punto es cansador, pero sería una mentira. Roel puede sonreírme 3 vidas seguidas y no sería suficiente.

Claro que no es algo que vaya a admitir.

—Nunca estuve muy familiarizada con eso. —Me acomodo en la silla y estudio algunas constelaciones—. Es como cuando comes, supongo. Estás en piloto automático y la mayor parte de las veces no te tomas el segundo para degustar lo del plato con cada uno de tus sentidos. Simplemente te gusta el sabor, pero no reflexionas por qué o de qué está hecho.

—Me gusta que hables de comida. —Empuja las ruedas de su silla para acercarse, hasta que estamos codo a codo—. Es de mis temas favoritos de conversación.

Reprimo una sonrisa y el silencio vuelve a caer. No sé qué esperaba con exactitud de él. Tal vez creía que reaccionaría con un llanto de alivio o que gritaría de alegría, pero ni en un millón de años imaginé que estaría tan tranquilo.

—Sabía que sucedería —susurra, trayendo el tema a colación como si pudiera leer mi mente—. No estoy eufórico porque era algo que debía suceder. Estoy feliz, mucho, pero no como alguien que se gana la lotería de sorpresa, sino como una persona que conoce el resultado y no tiene duda de que ganará. Alegría calma, así le dice mi mamá. 

Alegría calma. Me gusta el término.

De repente, veo que se inquieta. Se remueve en su lugar, sus hombros se enderezan y me hace frente. Su ceño se frunce y por una de esas escasas veces veo que está preocupado.

—Hablando de madres... —Inhala despacio, como si estuviera absorbiendo coraje del aire—. Tengo que contarte algo. Tu mamá me pidió que te convenciera de aceptar el próximo corazón que te ofrezcan, Kenna. —Hay seriedad es sus ojos mieles—. Le dije que...

—Que era mi decisión, lo sé. Me dijo todo tras ir a verte. 

Queda mudo. Siento que espera a que reaccione con enojo, como lo hubiera hecho hace tiempo atrás, pero ni una pizca de ira pulula en mi corazón.

—Pidió disculpas y le dije que estaba bien. Es mi mamá al final del día. Siempre quiso tener hijos, ¿sabes? Pero su cuerpo nunca la dejó. Estuvieron años y años buscando la forma con papá, mediante fertilización asistida, in vitro y muchas otras cuyos nombres ya no recuerdo. —No imagino el dolor que les causó, la impotencia y tristeza que experimentaron tras cada fracaso—. Entonces, decidieron adoptar. Ahora, con apenas dieciséis años, mi corazón amenaza con matarme. Es comprensible que se desesperen, lo harían incluso si no hubieran tenido que pasar por todo lo que pasaron, pero su historial solo hace crecer su miedo. —Me encojo de hombros—. Puede que esté mal que quieran decidir por mí, pero ¿las personas que amas no te mueven a hacer lo impensable a veces? Además, lo que realmente vale es que se dio cuenta de su error y me pidió perdón.

Una sonrisa suspicaz tira de las comisuras de sus labios.

—No eres la misma chica que llegó al hospital.

Niego con la cabeza.

—Soy la misma, pero con una mente mucho más abierta. Puedo darte algo de crédito por eso.

—Acepto llevármelo todo en ese caso.

Reímos. Dejamos que las risas se desvanezcan con la brisa y volvemos a recargarnos en las sillas. Siento alegría en cada pedacito de mi cuerpo.

—¿Sabes por qué dicen que mirar a las estrellas es mirar al pasado? —pregunta con suavidad.

Me gusta su voz serena. Cuando hace bromas a veces resulta irritante escucharlo, y él lo sabe, pero ahora solo quiero que no pare de hablar. El Roel reflexivo es una muy buena compañía.

—Supongo que porque pueden vivir miles de millones de años. De alguna forma son testigos de todo lo que ocurrió, ocurre y ocurrirá —deduzco y asiente. 

Nos sostenemos la mirada y veo que una chispa de gracia se enciende en sus ojos.

—¿De qué te gustaría que sean testigos esta noche, Kenna?

—Del dolor de panza que nos dará comer tanto pastel.

—¿De nada más? —Su tono pícaro aparece—. ¿No crees que sería romántico dejar el recuerdo de un beso y que se lo lleven las estrellas?

Le doy un codazo.

—¿Con lo mal besador que eres? No, ni se me ocurre.

Parece indignado por mi comentario, incluso sus mejillas se encienden un poco con vergüenza, pero ríe al final.

—He sido tu sensei desde el día uno, creo que es hora de que tú me enseñes a mí. ¡Necesito práctica, mujer!

Lo que digo para salvarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora