49. Kenna

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Cuéntame un poco más

—Déjame ver si escuché bien la última media hora —pide Roel, señalándome con su tenedor, del que cuelga el último trozo de su porción de pastel marmolado—. Juegas al soccer como delantero, tu materia favorita siempre fue química y no hay ninguna que odies, aunque nunca fuiste fanática de historia. Tu cantante favorito es Frank Turner, no puedes elegir si Las chicas del Cable o Reign es tu serie predilecta, tu tío es el mismísimo Malcom Beasley, jamás tuviste una mascota porque eres alérgica y no te gustan los frutos secos. Tu período tocó las puertas de tu sistema reproductor cuando tenías catorce. Además, ganas el premio por compañerismo en la escuela y te gusta cantar, aunque te da vergüenza.

Puede que no sea gran besador, pero es bueno reteniendo información, como las computadoras.

—Usted es la mujer de mi sueños, señorita Hamilton-Quinn —añade con la boca llena, limpiando el tenedor.

—Y usted, señor De Luca, definitivamente no es el mío —aseguro—. ¿Cómo puede ser que te guste más Spider-Man que Thor? ¿En qué mundo es aceptable comer papas fritas sin condimento y por qué primero va la leche y luego el cereal? —cuestiono—. No te perdono eso que dijiste sobre que las películas son mejores que los libros, y sostengo que estás loco por querer cinco hijas mujeres. ¿Acaso tú quieres morir? Ese sería un ejército femenino imparable.

—No lo entiendes, los números pares traen mala suerte —repite—. El cinco es ideal.

—¿No puede ser una? A lo mucho tres, ¿pero cinco? 

—Es mi número favorito —excusa.

—No lo sería si tuvieran que salir de tu vagina.

Él está a punto de replicar, pero entonces se lo piensa dos veces.

—Tienes un punto a favor por eso. —Se relame los labios para deshacerse de las migas en sus comisuras—. Pero no desistiré, quiero cinco hijas mujeres, Kenna.

—Espera, ¿crees que las tendrás conmigo? Porque eso es proyectar mucho, campeón.

—¿Con quién más podría tenerlas? —Sonríe con picardía.

Ruedo los ojos y le doy un codazo, haciéndolo reír.

—En tu cabeza esta relación va demasiado rápido —observo, negando mientras tomo su plato vacío y lo apilo con el mío al borde de la camilla.

—¿Por qué desperdiciar el tiempo? —Cuestiona arqueando una ceja y quitándome mi tenedor de las manos para ponerlo con el suyo sobre los platos que acabo de dejar.

—¿Por qué no saborearlo despacio? —Contraataco, ladeando la cabeza.

Sus ojos mieles brillan entretenidos.

—Me encanta cuando pones las cosas en perspectiva. Me recuerdas a mí.

—¿Me estás diciendo que te encantas a ti mismo? Porque tú me enseñaste a poner todo de esa forma —le recuerdo.

—Me encanta que notes que me encanto —replica, y me marea con las palabras.

Palabras.

En la última media hora muchas fueron dichas. Hemos hablado de trivialidades en comparación a lo que siempre hablamos: escuela, gustos, recomendaciones. Cosas de las que, si me lo pongo a pensar, hablan la mayoría de los adolescentes todo el tiempo. Nosotros nunca tuvimos la oportunidad. Siempre, detrás incluso de las bromas, hubo un significado más profundo. Supongo que fue porque estamos rodeado de temas delicados para muchos.

Me sorprendo de lo mucho que no sabía de él. Tal vez, en comparación a lo que sí sé, son cosas pequeñas, pero en verdad me encontré deseando escucharlas.

Lo que digo para salvarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora