8. Kenna

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Carta de presentación

—¡Tú! —llamo al chico de ayer.

La enfermera, Patricia, dejó la puerta corrediza abierta hace un rato cuando se fue. No pierdo mi oportunidad en cuanto lo veo empujando a un muchacho en una silla de ruedas.

—Hola, vecina. —Saluda desviándose y dejando al chico en la puerta, de la misma forma en que podría estacionar un coche—. Este es mi hermano, y si lo ves como si quisiera tomar doce siestas seguidas, es porque venimos de quimio.

Arqueo mis cejas y miro al de la silla. Parece ser un poco más joven que yo y es casi idéntico al extraño del corazón de plástico. Bueno, pero sin cabello y con muchas más ojeras.

Le sonrío un poco, incómoda al no saber qué decir.

—Disculpa a este imbécil —dice señalando a su hermano—. Su lengua no articula con su cerebro a veces. Soy Peter. Cáncer de hígado. —Saluda al estilo militar con pereza.

—¿Eso hace la gente aquí? —Hago un ademán al hospital—. ¿Presentas tu enfermedad como si fuera tu apellido?

—Es mejor decir qué tienes de entrada a que te pregunten por qué estás aquí y haya un momento de compasión no pedida junto con una dosis de incomodidad —informa el chico que quise golpear ayer—. Adelante, preséntate —anima.

Intercalo la mirada entre ellos y exhalo despacio. Es una idiotez, pero un chico con cáncer está esperando que lo haga, así que:

—Kenna, cardiomiopatía congénita, en la dulce espera de un trasplante. —El sarcasmo es inevitable—. ¿Lo hice bien?

—Genial —responde Peter, mientras su hermano dice «eso estuvo pésimo».

El de la silla golpea en el muslo al otro.

—Así se hace, aprende: soy Roel De Luca, el vecino de hospital más guapo que tendrás alguna vez, y cuyos días se basan en hacer suspirar enfermeras y ser tu nuevo Sensei.

—¿Sensei? —inquirimos Peter y yo desconcertados.

—Sí, te enseñaré varias cosas —prosigue anclando sus ojos en los míos. Son raros. A primera vista parecen cafés, pero hay un brillo entre verdoso y rojizo en ellos. Es como si hubieran mezclando todos los colores de las hojas secas de otoño y hubieran volcado la mezcla en sus cuencas oculares—. Tranquila, son aptas para todo público. —Me guiña un ojo antes de volver tras su hermano y comenzar a maniobrar la silla de ruedas—. Empezamos hoy a las cuatro.

Se va.

Peter me saluda a través del cristal y creo que dice: «Fue un placer conocerte, Kenna».

Ni siquiera puedo responderle o, como tenía planeado, lanzarle el corazón de plástico a su hermano y decirle que no necesito esa mierda.

Lo que digo para salvarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora