43. Kenna

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Cinco minutos de Messi y Ronaldo

—¿Maise? —Bajo el libro y me olvido de él en mi regazo.

Sonríe a mi incredulidad recargada en el marco de la puerta corrediza.

—¿Creíste que me olvidaría de ti, Messi?

Messi. Nos conocimos en las pruebas para entrar al equipo de soccer. Empezó a decirme así porque, de todas mis compañeras, soy la de menor estatura y mi juego de pies es rápido y ágil. Asegura que soy Lionel, el jugador argentino, en versión femenina.

Exagera, pero a veces las exageraciones son el mejor de los halagos.

—Trae tu trasero hasta aquí, Ronaldo. —Le hago señas para que se acerque.

No se molesta en arrastrar ninguna de las sillas que suelen usar mis padres. Se sube de un salto a la cama y deja caer su mochila al piso, al igual que lo hacía en mi habitación las tardes que le explicaba química del carbono. 

Mamá odia tire sus cosas al suelo.

Nos sostenemos la mirada. Sus ojos son de un verde profundo, usualmente despreocupados. Su rostro enmarcado por el corte Bob castaño muestra alivio. Deja salir el aire como si le quemara en los pulmones.

—Diablos, Kenna —susurra—. Estuve un mes sin verte y solo hablamos por teléfono una vez. Somos oficialmente las peores BFF del mundo.

Si no la conociera mejor, diría que quiere abrazarme en este momento. Somos mejores amigas, pero no hacemos eso. Es extraño, pero no hay contacto físico entre nosotras, ni siquiera un beso en la mejilla a modo de saludo. Solo hay abrazos en ocasiones raramente especiales, como cumpleaños. 

Una vez mamá me preguntó por qué no actuamos como amigas normales. Le dije que el contacto físico no expresa lo mucho que amas a alguien, sino que las acciones y las miradas lo hacen. Siempre aprecié mi espacio personal y me incomodé de que otros lo penetraran. Maise es igual.

Compartimos mucho, nos conocemos lo suficiente y nunca nos echamos de menos. Hemos pasado meses separadas y, al volver a vernos, fue como si no hubiera transcurrido ni un segundo.

—Hiciste justo lo que te pedí —recuerdo agradecida.

—Entonces creo que soy una buena mejor amiga después de todo —reflexiona al balancear las piernas—, pero tú apestas. No te costaba nada notificarme que seguías viva, al menos una vez a la semana por el teléfono de tu papá.

Niego con la cabeza. La noche anterior a que mis padres me trajeran aquí, hicimos una pijamada de despedida. Le dije que no quería que me visitara en el hospital. La consumiría pensar que estaba sola, intentaría saltarse clases para verme —es ese tipo de persona— y buscaría una y mil formas de entretenerme. Descuidaría su beca de la escuela, la cual sé que le cuesta mantener porque hay muchas materias que no son su fuerte. Por otro lado, no me haría ningún bien a mí. Que me hable de cosas que pasaron y no pude vivir por no estar allí me deprimiría. 

Maise lo entendió y lo aceptó, aunque estoy segura que no estaba convencida. Sin embargo, teníamos un acuerdo. Después de un mes, si continuaba en el hospital, ella comenzaría a venir con regularidad.

Que esté más tiempo en el hospital significa que no estoy mejorando.

—Gracias por respetar lo que quería —suelto, a lo que ladea la cabeza y su sonrisa se amplía—. Y te voy a pedir otra cosa. Esta vez, a diferencia de la última, me gustaría mantenerte más cerca. Creo que fui demasiado... Cabezota. No tendría que haberte alejado tanto. Lo siento, en serio. 

Hace cuatro semanas jamás se me hubiera ocurrido decir eso. Seguiría tratando de evitar que me viera aquí para hacer menos real el hecho de que mi vida cambió drásticamente y que estoy atascada en la espera de un corazón que no quiero. Sin embargo, ya acepté que estoy enferma, y eso no me hace más vulnerable a menos que lo permita.

Puedo disfrutar de su amistad sin importar las circunstancias. Además, pongo en perspectiva las cosas: si ella estuviera en mi situación, me gustaría verla a menudo sin importar lo mal que pueda llegar a estar, porque de otra forma todo el tiempo sin verla estaría pensando en ella. Eso me consumiría.

Eso es peor.

Es egoísta de mi parte consumir sus pensamientos y preocuparla más, como noto que podría haberlo hecho en el último mes.

—¿Qué has hecho con mi amiga? —pregunta tras un breve silencio.

Sé que mis palabras  la pusieron más que feliz. Se le nota en los ojos.

—Solo unas ligeras modificaciones cerebrales —responde un entrometido desde la puerta—, acepto todo el crédito, por cierto.

—¿Y este quién culos es? —Señala a Roel con el pulgar.

Él se lleva una mano al pecho, ofendido.

—Creo que la pregunta correcta sería: ¿quién se cree que es? —Reprimo una risa.

Riel me guiña un ojo y Maise, al verlo, arquea una ceja en mi dirección.

Su mirada dice: «Tenemos mucho que hablar, dame cinco minutos para ir por comida».




Lo que digo para salvarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora