Penitentes

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The infernal prince

Capítulo ocho

Capítulo ocho

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Penitentes

«Odio el frío» sonaba en mi cabeza esa pequeña oración como esas cantaletas que se te pegan y no logras sacarlas de tu mente.

¿La razón? Muy sencilla:

Un fuerte viento proveniente del Este arrastró las nubes de tormenta lejos de nosotros. Alguien positivo diría: ¡Qué genial! ¡Pues no! El viento no se fue con ellas, se quedó golpeando mi maltrecho cuerpo congelándome más que la lluvia anterior. Estrellándose con tanta fuerza en mi rostro que apenas si podía abrir los ojos. Me estaba congelando y lo único que podía hacer era abrazarme a mí misma, en un vano intento por conservar el calor. El sol brillaba en el cielo, pero bien podía ser la luna, ya que su calor no llegaba ni por equivocacion a mi cuerpo.

Y el "Demonio" sigue tan impávido como siempre. Me lleva de vuelta al camino hacia una nueva ciudad de la que ya no recuerdo el nombre y del que tampoco me interesa saber. Lo que alguna vez fue ya no era, ya no estaban las personas que la habían hecho crecer, las que le daban vida. Ahora era otro cascarón más de nuestro mundo en ruinas.

Hace horas dejamos de caminar; ahora estoy corriendo hasta no poder más; mis pobres pies son en estos momentos meros raspones ensangrentados.

¡¿Cuál es la prisa?!

A trompicones sigo avanzando, rara vez el demonio voltea a mirarme. A él no le importa mi sufrimiento, disfruta causarlo. Me picaba el cuerpo a causa del sudor que impregnó mi vestimenta debido al exceso de ejercicio al que estaba siendo sometido. Lo peor es que todo ese sudor, provocó más frío en mí.

Me encuentro agotada, ya no puedo dar otro paso más. Tropiezo y caigo reabriendo los cortes que ya tenía en mis rodillas y las palmas de mis manos.

Con esfuerzo me levanto sólo para dar un par de pasos más antes de caer definitiva y estrepitosamente sobre el asfalto.

Comencé a gritar.

Estaba siendo arrastrada sobre mi espalda detrás del can.

Abaddon no tuvo compasión de mí, entre más avanzábamos, más se ensañaba conmigo. Hostigó al cancerbero para que fuera más rápido, mientras la magia impuesta sobre mis muñecas me obligaba a seguirle así fuera a rastras.

No le importó que le rogara por que se detuviera, ni mis gritos, ni mi llanto lograron parar su loca carrera.

Mis gritos provocaron todo tipo de emociones entre los transeúntes que abarrotaban las calles de la nueva ciudad que atravesábamos. Miedo, burla y compasión eran las que sobresalían en el mar de caras que alcancé a distinguir mientras era arrastrada a gran velocidad.

The Infernal PrinceWhere stories live. Discover now