Sanguijuelas

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The infernal prince

Capítulo catorce

Capítulo catorce

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Sanguijuelas

Me sentía muy cansada, lo que sea que pasó la noche anterior me dejó agotada.

Salí de la habitación que me fue asignada tropezando con nada o por lo menos con nada que yo pudiera ver. Me pesaban los brazos y las piernas, y sentía una gran carga sobre mi espalda que me obligaba a caminar encorvada. Y me seguí preguntando si era de día o seguía siendo de noche, mis párpados se cerraban por si solos.

Afortunadamente pude orientarme mejor que la noche anterior y llegué sin más percances que un par de tropiezos que casi me hacen caer por la escalera hasta el comedor. Un amplio y lujoso espacio donde una enorme mesa de madera oscura recientemente pulida con capacidad para una veintena de personas acaparaba el centro del salón.

El hombre del arpa estaba sentado a la derecha de la cabecera, Abaddon no se veía por ningún lado.

—Bienvenida. Por un segundo creí que tendría que ir a buscarte yo mismo.

Ese fue el saludo más extraño que he recibido en toda mi vida.

Se estaba empinando una copa llena con lo que parecía ser vino tinto bastante espeso, su plato en cambio estaba vacío.

—Será mejor que comas algo, por que te haré estudiar sin descanso.

Volteó a verme y se levantó bruscamente tirando la silla al piso.

—¡Malditas sanguijuelas! No me sorprende que tardarás tanto en llegar —se acercó a mí y comenzó a hacer unos extraños ademanes como si me estuviera quitando algo de encima, por un segundo pensé que iba a golpearme, pero por extraño que parezca, comencé a sentirme mejor, con más energía.

—¿Qué fue eso? —pregunté confundida y curiosa.

—Sientate y come. Necesitarás reponer lo que te robaron.

Sí, eso que dijo no fue de gran ayuda

—¿Cómo? ¿A qué te refieres? —insistí mientras me sentaba en la silla frente a la suya del lado opuesto de la mesa.

—¿Qué tanto te explicó Abaddon sobre los habitantes de este palacio? —comenzó a llenar de nuevo su copa de una botella sin etiqueta.

—No mucho —eso por no decir que nada —. Solo que a todos les encantaría matarme —o por lo menos fue lo que insinuó.

Miré con un poco de asco el trozo de carne que había sobre mi plato.

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