D O S

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Theo se incorpora de repente y se queda observando las paredes con detalle, como si estas fueran a reproducir en video alguna escena que han presenciado; gira sobre su propio eje para poder abarcar los cuatro lados y ver que todos están ya desocup...

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Theo se incorpora de repente y se queda observando las paredes con detalle, como si estas fueran a reproducir en video alguna escena que han presenciado; gira sobre su propio eje para poder abarcar los cuatro lados y ver que todos están ya desocupados, dejando solo los espacios donde los cuadros colgaban, más blancos y menos desgastados. Ya no luce como mi hogar, sino como un cuarto vacío a la espera de un nuevo habitante y aunque todas las cajas, bolsas, basura y trastos están esparcidos en el piso, se siente el vacío y un poco de eco incluso al respirar.

Yo estoy en una esquina embalando platos en una caja y envolviéndolos en papel periódico para que el trajín de la mudanza no me los rompa todos, pero al ver a Theo allí, solo pensando, llego hasta él y lo abrazo por la espalda. Rota entre mis brazos hasta que queda de frente y me sonríe.

—No he asimilado del todo que ya te vas —confiesa—. ¿Qué tan absurdo es que me sienta como un padre cuando su hija se va a la universidad?

—Un poco absurdo, la verdad, considerando que estaremos a solo un par de horas y que me voy es a trabajar como adulta y no a la universidad.

—Pudiste conseguir un trabajo acá.

—Santi no puede mudarse acá, él tiene allá su...

—Su negocio, su hija y su todo —recita, blanqueado los ojos—. Lo sé, me ha quedado claro. Y sé que estarás bien y feliz... pero me harás falta. Son cuatro años viviendo contigo.

—Si te sirve de algo, también te extrañaré.

—No me sirve de mucho si no decides quedarte. Dios, siento que estoy terminando una de las relaciones más largas de mi vida. Me embriagaré mañana y cantaré canciones de desamor en tu nombre y luego te llamaré a las dos de la madrugada rogándote que vuelvas.

—No te respondería el teléfono a las dos de la mañana —respondo en una risa—. Vamos, no estamos terminando. —Resoplo y le desordeno el cabello—. Me tendrás para toda la vida; haz de cuenta que somos como un matrimonio: hasta que la muerte nos separe. Sin opción de divorcio.

—Los matrimonios felices no se separan a distintas ciudades.

—Lo hacen si la novia se va a casar con otro. Somos como una novela latina.

—Las odio.

Blanquea los ojos y los desvía al sofá que está contra la pared derecha; suelta una risita.

—¿Qué?

—¿Te acuerdas cuando te embriagaste y amaneciste en ese sofá? —Arrugo la frente al recordar ese momento; no es precisamente el tipo de recuerdos que me quiero llevar—. Fue por tu cumpleaños veintitrés y yo te dije que no bebieras tanto pero querías botar la casa por la ventana.

Termino riendo con él pero le doy un manotazo en el hombro. Al quedarme mirando alrededor también vienen a mí muchas imágenes y la sonrisa se me dibuja instantáneamente.

El no príncipe de mi cuento de hadas  •TERMINADA•Where stories live. Discover now