T R E I N T A Y O C H O

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—Pero yo quiero helado —refunfuña por tercera vez

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—Pero yo quiero helado —refunfuña por tercera vez.

—Cariño, son casi las diez de la noche —repite Santiago al igual que yo—, a esta hora te puede hacer daño.

—Además estás enferma —apunto yo— y el helado no es medicina.

Las enfermedades breves pero preocupantes son algo inevitable cuando hay niños pequeños y con Rose ya hemos pasado por varias, las suficientes veces al menos para no correr al hospital con una pequeña fiebre que intentamos controlar —por ahora con éxito—, la inapetencia y el desgano propio de no estar sano.

—Yo me siento bien.

—Pero aún estás caliente —comenta Santi, mintiendo un poco—. Si mañana amaneces bien, te daremos helado.

Le paso la mano por el cabello y ella cierra los ojos dos segundos. La cama de Rose es pequeña pero buscamos la manera de entrar los tres así que Santi está del otro lado con medio cuerpo por fuera y Rose está en la mitad. Sus ojos gritan que tienen sueño aunque quiere tener la energía de siempre. Mi niña se hace un ovillo hacia mí y suspira, con sus ojos a punto de cerrarse, no hemos prendido el televisor y lo único que nos da luz es una lamparita proyector que da imágenes de dinosaurios al techo.

—Mañana me darán helado —murmura casi en la inconsciencia, con voz queda. Sonreímos al tiempo—. Es una promesa.

—Sí, cielo, es una promesa —respondo.

—Gracias, mami.

Miro a Santiago en reflejo con un gesto de disculpa y siento la cara enrojecer; Rose no me dice así con frecuencia y no quiero que piense que me llama de esa manera siempre cuando él no está porque es falso. Santi me devuelve la mirada desde el otro lado de la cama —o sea a solo medio metro— y aunque en sus ojos hay algo de tristeza, se ve más aceptación que nada. La respiración de Rose se acompasa rápidamente y Santi se levanta con cuidado para luego ayudarme a levantar a mí y dejarla sola en su cama.

La observamos por un par de segundos con sus mejillas coloradas —pero ya sin fiebre según el termómetro— y sus cabellos pegados a la frente. Se ve pequeñita y frágil, hermosa, como solo lucen los tesoros más valiosos para dos personas como él y yo. Santi me toma de la mano y me hala hasta salir de la habitación.

Una vez en el pasillo hacia la nuestra, me detengo.

—Te juro que ella no me llama así siempre, es solo...

—Shhhh. —Me toma de ambas mejillas y me deja un beso cortito en los labios—. Está bien. Tú eres su madre, amor mío, lo único que no has hecho es cargarla en tu vientre pero de resto, has sido una madre para ella en cada etapa de su corta vida. Si tú estás bien con eso, también yo.

—La amo como a nadie más —respondo—. Ella y tú son mi todo.

—Lo sé. —Me besa una vez más y reanuda el camino a la habitación—. ¿Quieres ver una película o algo?

El no príncipe de mi cuento de hadas  •TERMINADA•Where stories live. Discover now