D O C E

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—Así que dime

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—Así que dime... ¿cuáles son tus pasatiempos?

El tenedor que iba a mitad de camino para llegar a mi boca se detiene y me quedo con los labios entreabiertos mientras media sonrisa me hala el lado derecho de la cara hacia arriba.

—¿Qué?

Luka esconde su risa agachando la mirada a su plato. Entramos en el primer restaurante que encontramos y recién nos han traído lo que ordenamos. Hemos hablado relativamente poco en estos minutos y está bien, no me ha molestado en absoluto el silencio, pero esa pregunta definitivamente me toma por sorpresa.

—Bueno, te conozco hace tres días, así que no sé casi nada de ti.

Chasqueo la lengua. Su retintín de casanova le ha vuelto a la voz y a su expresión corporal; de nuevo está erguido, con el mentón arriba, como si quisiera dejar en claro que él es más alto y más apuesto que la mayoría de los presentes y con esa actitud abrasadora que imagino que en su mente tiene como irresistible y seductora.

Como lo que ya tenía en el tenedor y luego de tener la boca vacía, le respondo:

—¿Y qué esperas que te diga? ¿Algo como que me gusta leer a la luz de la chimenea y los paseos romanticos en una playa a la luz de luna, quizás?

—Si eso es lo que te gusta, no te juzgo —responde en el mismo tono irónico que yo.

—Pues no. La luz de una chimenea no es suficiente para leer y si de paseos románticos hablamos, me gustan más de día.

—Anotado.

—Desanótalo, no necesitas esa información para nada —respondo y aunque mis palabras son recelosas, la voz me sale más bien juguetona—. ¿Qué hay de ti?

—No creo ser capaz de leer con la luz de una chimenea.

—¿Algo más relevante?

—Soy virgo.

—Interesantísimo. Lo anotaré en mi agenda de datos relevantes para la humanidad.

—Desanótalo, no necesitas esa información para nada —repite.

Un silencio de unos minutos mientras comemos se vuelve extraño —pero no en mal sentido— cuando Luka me lanza instantáneas y fugaces miradas por el rabillo del ojo. En un par de esos segundos, nuestras miradas coinciden y sincronizamos una risa baja.

—¿Dónde vives? —pregunta.

He querido evitar ese tipo de preguntas amigables pero personales porque si fuimos capaces de coincidir aquí, no me extrañaría que me dijera que vive a tres minutos de mi casa y mi plan hasta el momento es dejar a Luka y estos días, acá en Allington.

Recuerdo de repente que la señora Althea me dijo que dejara acá lo que pasara acá y aunque no había pensado en ella hasta ahora, puede que su consejo me haya servido inconscientemente para disfrutarme este receso de mi vida, pero a la vez para desear que mi pseudo amistad con Luka se quede donde resurgió y no se vaya conmigo en la maleta. Una sombrita del resto de cosas que predijo la señora Althea se me cruza por el pensamiento pero lo omito; me niego a pensar que sus palabras eran ciertas lo que llevaría a que el sujeto en cuestión de mi suerte es Luka... o Francis, uno nunca sabe.

El no príncipe de mi cuento de hadas  •TERMINADA•Where stories live. Discover now