C I N C U E N T A Y D O S

3.6K 505 515
                                    

Las piernas me duelen igual o más que el pecho

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Las piernas me duelen igual o más que el pecho. Respiro —si a mis jadeos desesperados se les puede llamar así— solo por la boca porque siento que de cerrarla voy a ahogarme con mi propia saliva. El sudor baja por mi frente e intento apartarlo antes de que me entre a los ojos porque si aparte de exhausta quedo ciega, tendré problemas.

La música no deja de sonar y yo me pregunto en qué momento preferí esto que quedarme en casa mirando televisión... lo recuerdo cuando veo la sonrisa burlona del instructor de zumba que intentando guardar profesionalismo no suelta una carcajada aunque la veo en sus ojos verdes.

Santiago me mira a través del espejo que ocupa la pared de lado a lado pero procura que no sea tan fijamente y por tanto tiempo; su clase está llena, contando cabezas recién empezó con la rutina llegué a veintidós personas pero creo que a mitad de clase han llegado más. Solo cuatro de esas personas son hombres incluyendo a Santiago, de resto son mujeres de edades variadas que le saben seguir el paso mucho mejor que yo.

Me he ubicado en la última hilera, la que queda cerca de las escaleras solo para salir más rápido cuando esto acabe. Siento como si no hubiera hecho ejercicio en toda mi vida; mi ritmo al bailar nunca ha sido malo pero soy terrible para seguir coreografías y soy peor para aprenderlas así que pierdo el paso cada que respiro.

Y apenas llevamos veinte minutos.

La tercera canción seguida acaba y Santi le baja el volumen lo suficiente para que todas sepan que es un descanso diminuto, sin embargo lo dice en voz alta:

—¡Dos minutos! Tomen poca agua y respiren.

El centro del gran salón va despejándose pues casi todos se esparcen hacia los lados para recuperar el aliento y limpiarse el sudor de la frente. Noto que igual que en todas partes, hay grupitos que se aislan entre ellos; hay tres grupos de mujeres, cada uno por separado son amigas, algunos están solos y dos de los hombres vienen juntos. Por mi parte me acerco a la esquina más próxima, tomo mi botella de agua y me siento —más bien aterrizo— en el suelo agonizando.

Doblo las rodillas hacia mi pecho y meto lo más que puedo la cabeza en ese espacio, sintiendo los pulmones arder. A los pocos segundos escucho la voz de Santiago, pero no me habla como en la casa, me habla como si yo fuera una cliente nueva por la que se preocupa.

—¿Se siente bien, señorita?

Cuando levanto la mirada veo en sus ojos la mayor burla que le he visto en la vida y a eso se suma la atención que gracias a él ahora tengo de parte de muchas de las asistentes, también con risillas burlonas. Se la pasa en grande viéndome avergonzada.

Elevo mis pulgares como respuesta.

—¿Cuánto dura la clase?

—Una hora. Llevamos menos de la mitad.

El pecho de Santi también sube y baja acorde con el ejercicio hecho pero cuando sonríe tan ampliamente es difícil verlo como que está cansado, más bien parece pleno y feliz. Trae una camiseta sin mangas negra dejando ver completamente sus brazos y un pantalón corto del mismo color, el sudor le empapa la cara, le sonroja las mejillas y de algún modo le hace los ojos más verdes. Lo veo tan atractivo en este momento que debo desviar la mirada solo para que el resto de gente chismosa no lo note, porque si aparte de que piensen que no soy capaz de seguir una clase de zumba, se meten en la cabeza que le tengo ganas al instructor, será peor.

El no príncipe de mi cuento de hadas  •TERMINADA•Where stories live. Discover now