V E I N T I N U E V E

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Desde la última vez que vine noto la fachada un poco más pálida en su color rojo, debe ser a causa del sol que le da cada día pero por la hora y la oscuridad del ambiente, lo encuentro lúgubre y atemorizante, como si en lugar de estar en la casa d...

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Desde la última vez que vine noto la fachada un poco más pálida en su color rojo, debe ser a causa del sol que le da cada día pero por la hora y la oscuridad del ambiente, lo encuentro lúgubre y atemorizante, como si en lugar de estar en la casa de mis padres, estuviera entrando a una mansión encantada llena de fantasmas dispuestos a hacerme gritar y palidecer.

Me toma varios segundos de meditación frente a la puerta hasta que logro tocar. El corazón se me acelera con expectativa y una repentina valentía. Yo puedo, yo puedo, yo puedo, no estoy haciendo nada malo. El que abre la puerta es Alex que me sonríe de inmediato y se acerca a abrazarme. Está por sus casi dieciséis años pero su estatura está como de veinte.

—¿Cómo has estado?

Mi hermano se encoge de hombros y cierra la puerta luego de que yo entro. Aparte el estirón, lo que más resalta de Alex es que ha dejado de lado el ensañamiento de mi madre por controlarle todo así que ahora se viste a su manera con jeans gastados y con agujeros y camisetas con alguna palabra impresa que mamá considerará blasfema, su cabello rara vez está largo y cuando se lo corta, se manda hacer unas líneas en el cuero cabelludo que lo hacen ver un poco mayor e intimidante; es la imagen viva de la adolescencia rebelde pero como es hombre, mi mamá no le lleva mucho la contraria. De solo imaginar qué habría hecho si yo a mis quince me hubiera puesto mechas de colores o algo similar, se me estremece el pecho, no. Hubiera sido la guerra en casa.

—Bien, como siempre —responde irónico.

—¿Y mamá?

—Loca, como siempre —replica, con el tono exacto de un chico de quince que cree que sus padres no lo comprenden... aunque en este caso puede ser verdad—. Sigue obligándome a hablar con el Padre Torres cada fin de semana.

—¿Y sí hablas con él?

—Pues él ya me ve como caso perdido pero no se lo dice a mi mamá así que con mucha paciencia me pregunta cada sábado si quiero arrepentirme por mis pecados. —Suelta una carcajada, como si hablar del Padre Torres fuera el mejor de los chistes; río con él—. Felicidades por la graduación. Eres la oveja blanca de la familia.

—Mamá no piensa lo mismo.

—Mamá no piensa con claridad. Tener a una graduada universitaria de veinticinco años, independiente y sin hijos es el sueño de toda madre responsable.

—Ella preferiría verme casada con Dylan y con tres hijos durmiendo bajo mi techo.

—Ella es la oveja negra de las madres y tú la oveja blanca de las hijas.

Mi relación con Alex ha sido buena desde que me fui de casa y a medida que él crecía. Lo busco con frecuencia al teléfono o en los mensajes, confía en mí y creo que aunque no lo diga, me admira por estar donde estoy ahora a pesar de nuestra madre. Lo más curioso de él es que cuando habla conmigo, como en este momento, se muestra cariñoso, bromista y gentil, pero cuando es con mis padres, se pone su máscara de hijo rebelde y es mal hablado, fastidioso y descortés por lo que es fácil adivinar que su comportamiento nace del deseo de no mostrarse sumiso con ellos quizás por el temor de que lo manipulen como hicieron conmigo, y no porque esa sea su verdadera personalidad.

El no príncipe de mi cuento de hadas  •TERMINADA•Where stories live. Discover now