21. Café, chocolate y regalos II - Micah

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Micah - Philladelphia

Fábrica - Nov, 09:20am


Dejando a un lado los vasos y encima de cada uno, los donuts, ayudo a Abel a cambiar su sudadera por la que le ha regalado Cassie. Sin duda le queda mucho mejor que la que tenía, la cual conseguimos poco después de salir de casa. En ese entonces le iba algo grande. No se nota demasiado, pero Aby ha crecido un poco; aunque sigue siendo demasiado delgado para lo que podría considerarse sano.

Obedientemente, Abel mete los finos brazos por las mangas de la sudadera y yo se la cierro sobre el pecho:

—¿Te va bien?

Abel asiente:

—Está tibia todavía —masculla, algo pensativo.— Micah... ¿Qué son los Phillies?

—Es un equipo de béisbol de Philadelphia.

Abel me observa con interés, en espera de que le diga más, pero yo tampoco tengo demasiada información aparte de esa.

—¿Recuerdas que papá nos habló del béisbol? El juego en que golpeas una pelota con un bate.

—¿Cómo cuando les pegábamos a las piedras con un tablón?

Sonrío al recordarlo. Era lo más parecido que conocimos al béisbol. Abel era muy pequeño. Es normal que no se acuerde de los detalles.

Tras colocarle la sudadera, Abel reclama el espacio entre piernas, sentándose en medio de ellas y acomodándose contra mi pecho. Devuelvo el vaso de chocolate a sus manos, que él sorbe con cuidado. Al mismo tiempo, apuro el mío antes de que se enfríe. El calor del café es como un agradable bálsamo en mi garganta, que merma el frío de la mañana. Observo a mi alrededor. Byron y Chris se han apartado junto a Nevent. Cassie se ha ido a hablar con Caleb. Hace sólo unos segundos estábamos reunidos en torno a la hoguera como si fuera una mesa familiar. Empiezo a preguntarme cómo he pasado de trabajar hasta el anochecer para ganar unas monedas con las que comprar algo de comer para mi hermano, y luego acostarnos a dormir en la calle... a tener un colchón tibio y a personas que cuidan de nosotros. Incluso dos completos desconocidos se han preocupado de comprar el desayuno para todos.

Sin haber querido admitírmelo a mí mismo, por años resentí a las personas. Por lo que nos hicieron. Nunca se lo dije a Abel, pero en el fondo me sentía igual que él. Tenía miedo de la gente. Y de pronto hemos encontrado a personas amables; personas buenas... Cuando salgo del ensimismamiento que me han producido los pensamientos, Abel me observa preocupado. Su mano blanca y helada me acaricia la mejilla:

—¿Estás triste? —y añade con el ceño tembloroso.— ¿Estás enfadado conmigo?

—No —respondo, besándole la palma y después instándole a seguir comiendo—. No pasa nada.

Abel recobra la sonrisa dulce y acomoda la cabeza bajo mi barbilla. Noto que juguetea con el logo impreso en la sudadera. El gesto dulce de la niña todavía me sorprende. El que se preocupara de mi hermano, al punto de ocuparse de él cuando le dejé sólo, y de darle su propia ropa.

—Deberías agradecérselo a Cassie.

Abel esconde el rostro contra mi pecho, como si la niña estuviese ahora mismo frente a él. Suspiro, sin saber cómo manejar la situación:

—Te acompañó ayer a buscarme y te ha regalado su sudadera. ¿No te agrada?

Abel no responde. Sólo puedo sentir el calor de su respiración en el pecho. Nos quedamos en silencio unos instantes, en los que termino tanto mi café como mi donut. Hace mucho que no desayunábamos algo caliente.

—Micah... ¿a ti te agrada? —dice Abel, hablando contra mi ropa, haciendo que tenga que inclinarme para poder escucharle.

—Es muy dulce y amable.

Siento que Abel tira suavemente de mi ropa cuando la arrebuja en su palma:

—¿Te agrada... más que yo?

—Abel —le reprendo, buscando su rostro para escudriñar en su expresión— ¿Por qué dices eso?

Mi hermano me observa consternado y dolido, como si le hubiese abofeteado. Él baja la mirada:

—No soy fuerte. O valiente —me explica él suavemente—. Y lloro a menudo. Eso no te gusta, ¿verdad?

Suspiro, meneando la cabeza. La razón de que quisiera que Abel fuera más fuerte, no es el hecho de que me moleste cuidar de él o que esté siempre a mi lado. Es lo que pueda pasar si llegase el día en que no pudiera estar con él.

Habiendo malinterpretado mi silencio, Abel se apega a mí y busca de nuevo el cobijo del sitio bajo mi quijada:

—Perdóname, Micah —susurra—. Seré fuerte, lo prometo.

Parece atemorizado cuando dice aquello. Habla como si intentase convencerme de quedarme. Como si temiera que vaya a dejarlo por eso...

Envuelvo a mi hermano entre los brazos. Aquello parece aplacar su ansiedad y se funde por completo contra mí. Percibo como su respiración se vuelve quieta otra vez, y cuando se separa de mí, me observa con su acostumbrada dulzura.

Algo más tranquilo, se da la vuelta entre mis piernas para volver a acomodarse como antes. Le abrazo los hombros y descanso la barbilla sobre las suaves hebras de su cabello.

Nos quedamos así un momento, descansando, satisfechos con el desayuno.

—Micah. ¿Te gustan mis ojos? —pregunta de pronto.

No sé a qué se debe su pregunta. Quizás escuchó mi conversación con Cassie antes de dormirnos:

—Son muy bonitos.

Abel se queda en silencio por otro largo rato. Ha vuelto a juguetear con el logo de la sudadera:

—A Cassie le gustan —dice entonces, distraídamente. Y tras otro instante, añade:— ¿Algún día podremos ver jugar a los Phillies?

—Algún día, Aby —le digo con suavidad. No sé cuándo ni cómo lo haremos, pero no veo por qué no sería imposible hacerlo. Abel asiente con la cabeza, emocionado con mi afirmativa.

—Micah. ¿Crees que... —masculla entonces, con voz baja— Cassie querría ir?

Abel no puede verme, pero estoy sonriendo.

—Se lo preguntaremos.

HUNTERS ~ vol.1 | COMPLETAWhere stories live. Discover now