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Harry flotó en una nube algodonada, tibia, y maravillosa por largo rato, antes de siquiera considerar separar los párpados

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Harry flotó en una nube algodonada, tibia, y maravillosa por largo rato, antes de siquiera considerar separar los párpados. Luego se dio cuenta de que un enredo de cobijas y un desastroso abrazo con su novio, que no dejaba distinguir dónde terminaba uno y empezaba el otro, debía ser la razón de su comodidad.

Se permitió refugiarse en su pecho durante algunos segundos más, estrechándolo, disfrutándolo. Amándolo, nada más.

Draco todavía respiraba de forma profunda y pausada cuando volvió la cabeza hacia su rostro; tenía los ojos cerrados, y una expresión serena, pero por la manera en que comenzaba a removerse bajo él, estaba claro que no tardaría mucho más en despertarse. Harry dio un vistazo a la única ventana del cuarto, que daba a la parte de atrás de la calle del Inferno, cubierta por cortinas, y al percatarse de que el sol se colaba por ahí, se alarmó.

—Draco, las pociones —Lo llamó en voz queda, tomándolo del codo y sacudiéndolo sin fuerza—. Draco, Draco, ¿te las tomaste? No te vi tomártelas anoche. Draco, anda, abre los ojos. Tus pociones.

Cuando su novio emitió un débil quejido, estaba listo para insistir. No fue necesario.

Él abrió los ojos tras unos instantes, desperezándose como un gato, aún con su peso encima. Iris negras lo observaron. Después de un par de pestañeos, volvían a ser del color gris que deseaba, y Harry se estiró para besarle la frente y los párpados, y después se deslizó fuera de su abrazo, y de la cama, para ir por las pociones.

Lo observó tomarlas en silencio, sentado en medio del colchón, con las sábanas cubriéndole a medias de la cintura para abajo, los pies expuestos en algún punto de los pliegues. Esa mañana, el Asesino estaba justo en su pecho, horizontal de un costado al otro, seguida del Mortífago, en rojo intenso, y arañó una de las líneas de forma distraída, hasta que Harry lo detuvo, tomándole la mano y besándole el dorso.

Se miraron por varios segundos, ahí, sin decirse nada. Cuando sonrió, Draco se estiró para besarle la mejilla, y después de ver que se desenrollaba de las sábanas para ir a colocarse el glamour, dio comienzo a su jornada matutina.

Dobby les avisó, cuando lo llamó y le dio los buenos días, que Ze había abierto el Inferno mientras dormían, cumpliendo su promesa de compensar horas perdidas, porque llevaba una semana que pasaba menos tiempo del acordado en el local. También mandó a avisar con el elfo que les tenía el desayuno abajo.

Alrededor de una hora más tarde, Harry se atragantaba con unos panecillos que eran la gloria convertida en masa y panela, mientras la bruja, sentada sobre uno de los mostradores con aparente normalidad, hablaba sin pausa sobre alguien con quien se encontró la noche anterior, y Draco le daba sorbos a su té con leche y azúcar, dirigiéndole miradas desagradables al libro de casos, en busca de lo que tenían agendado para los próximos días, como si las páginas tuviesen la culpa de que fuesen a trabajar.

Para romper una maldiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora